La papisa de las basuras

El 18 de diciembre de 2012, directivos de la cooperativa que contrató el Distrito de Bogotá para el nuevo sistema de recolección, Basuras Cero, llamaron de madrugada a Grace Zarate. La necesitaban con urgencia. Los noticieros de televisión habían seleccionado imágenes de una supuesta ciudad colapsada por los desechos de sus habitantes. Entre otros, los titulares de los medios informaban que: “Bogotá es un vertedero”, “el arranque del nuevo plan de basuras es un desastre” y “los errores de gerencia se asoman en las esquinas de la capital”.

Los nuevos recolectores y transportadores necesitaban de una experta en el tema para que los ayudara en un plan de choque. La sala de crisis se instaló en una oficina de la localidad de Engativa, donde había desde funcionarios de la Alcaldía Mayor, hasta conductores de volquetas. Todos opinaban. Gritaban. Debatían entre “expertos” y empíricos. Calculaban. Pero tal vez pocos tenían una solución razonable.

Grace, que llevaba 15 años estudiando el tema, en silencio se puso a la cabeza del grupo. El punto de partida era establecer todas y cada una de las rutas de recolección que existen en Bogotá, las zonas en las que trabajaban los operadores privados y la rutina de los ciudadanos para sacar su bazofia. Puso en la mesa todos los estudios técnicos que desde hacía 12 años venía elaborando. Datos, cifras, estadísticas, mapas y esquemas técnicos. Pero lo que más impactó a los presentes aquel día, era la capacidad de liderazgo y el encantamiento a la hora de hablar de aquella investigadora.

Capitanear tan difícil barco no era gratuito. Detrás de esa pequeña mujer de 1,50 de estatura, manos regordetas y pelo teñido, habían más de cuatro décadas de formación. Nacida en Bogotá, de padre santandereano y madre ecuatoriana, creció en el seno de una familia sindicalista y atiborrada de causas sociales. En el viejo álbum de los recuerdos tiene una fotografía de colores sepia en la que aparece cogida de la mano de su padre. Ella tiene seis años y él unos treinta. Llueve. Detrás de ellos hay un carro repleto de frazadas y ropa de segunda mano. Estaban en un lote de invasión en Ciudad Bolívar, barrio que más tarde se llamaría La Estrella. Subían cada fin de semana a esas zonas, llevándole a los pobres lo que ya no le servia a los ricos.

Antonio Zarate, su padre, llegó a Bogotá en la década de los cincuenta, cuando apenas se estaba construyendo el hotel Tequendama. Pronto se hizo vendedor de útiles y libros en el centro de la ciudad. Allí comenzó su liderazgo sindicalista. Mientras hacia parte del MRL, movimiento disidente del Partido Liberal guiado por Alfonso López Michelsen, organizaba a los grupos de vendedores de la zona de La Jiménez para obtener mejores condiciones de trabajo. A principios de los sesenta llegaron las presiones de las autoridades por sacar a los vendedores de la zona. Fueron trasladados al parque de los Mártires pero allá de nuevo comenzó otra recuperación del espacio público. Fue así como Antonio lideró una salida negociada con las autoridades de turno y participó en la creación del San Andresito de San José, cerca a la plaza España y la reorganización de los comerciantes en la plaza de San Victorino.

Grace Zarate se las sabe todas para que el programa de Basuras Cero funcione. Fue la primera persona que buscó la alcaldía para que les diera la mano en la fuerte crisis del 18 de diciembre de 2012.

La relación entre Grace y su padre, más que afectiva, se construyó sobre una base seudo intelectual. Antonio cada semana le llevaba libros, le pedía que los leyera y después se sentaban a conversar sobre lo aprendido. Tenían largas charlas sobre las obras de Dostoievski, Tolstói, Shakespeare, Rulfo, Maquiavelo y Trosky entre otros. Su padre como era marxista, comenzó a explicarle cada una de las tesis del movimiento. Aún conserva en uno de sus estantes El manifiesto del Partido Comunista escrito por Marx y Engels.

La rebeldía llegaría. Grace pasó por los colegios La Presentación, Claretiano de Bosa y se graduó en La Merced. Fue allí donde lideró su primer movimiento. Con un par de compañeras realizaron un paro estudiantil para frenar los maltratos físicos y verbales a los que las sometía una maestra. La profesora fue suspendida y las niñas idolatradas. Le gustó.

La adolescencia llegó cuando descubrió que llevar la contraria la hacia sentir útil. Su papá quería que ella estudiara Derecho, pero Grace saltó a la otra acera para estudiar Biología en la Universidad Nacional. Por tal decisión Antonio no le volvió a hablar en los siguientes cinco años. Entró a una universidad donde se respiraba revolución. A ciertos líderes estudiantiles de la época después los vería liderando grupos de izquierda como el M19 y el ELN. Pero su contagió solo llegó hasta las aulas; se inscribió en electivas dictadas por personajes como Jaime Pardo Leal, Eduardo Umaña Mendoza y Salomón Kalmanovitz. Epoca en la cuál devoró todo lo que encontraba de Camilo Torres y de Orlando Fals Borda.

Desmárcarse de esa izquierda radical fue fácil. No asistir a reuniones, marchas o eventos sería la solución. Como había decidido no depender más de sus padres, se vio en la necesidad de buscar un trabajo. Mesera, mensajera, repartidora de volantes y trabajar hasta de encuestadora de Andrés Pastrana la mantuvieron sin hambre. Tenía fama de escribir muy bien y de leer todo lo que encontraba. Un día un compañero le encargó la corrección de estilo de un trabajo para la facultad de sociología. Lo hizo tan bien que la popularidad tocó a su residencia estudiantil. Pronto se dio cuenta que una de sus pasiones era investigar. A uno de los trabajos le dio tanto la vuelta que el cliente le propuso algo más complicado, elaborarle la tesis de grado. Así comenzó una empresa de esas que la gente piensa que no existen pero que ven anunciadas en las carteleras de las universidades: “se hacen tesis de grado”.

A finales de 1988 recibió su primer gran retribución por un trabajo de grado; setecientos mil pesos por indagar cómo la prensa latinoamericana cubrió la caída de Salvador Allende, expresidente chileno. Biólogos, filósofos, sociólogos, literatos y hasta reconocidos líderes políticos de hoy, se titularon con las investigaciones de Grace. Al graduarse como bióloga en 1992, también dio por terminado los trabajos por encargo.

Uno de sus “graduados” la llamó para trabajar como investigadora de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC). La contrataron para evaluar el estado de ciertas reservas naturales en el Chocó. Tal vez entrar al terreno y al contacto verdadero con el medio ambiente le cambió el chip de su futuro. La devastación forestal hecha por una multinacional maderera le disparó en el oído, dejando un eco que aún no ha parado: el impacto del medio ambiente causado por el hombre.

Imagen: cortesía caracol.com.co

Las presiones oscuras en la zona no se hicieron esperar. Desde aquella época hacer estudios de impacto en departamentos olvidados, más que una acción de altruismo, se convirtió en una condición de valentía. A su regreso a la capital, Grace cayó en aquello que los psiquiatras llaman ‘el estado del no saber qué hacer’. Pasaron un par de años de viajes, de hacer algunos trabajos de investigación, de empezar una cosa y hacer la otra. Pero pronto con la ayuda de su socia y compañera Jenny Moreno, junto sus dos pasiones para crear una empresa: la investigación y el medio ambiente.

Hay fotos del viejo garaje de la casa de Jenny dónde montaron Geosigma LTDA, una empresa de consultoría y proyectos de investigación. Allí reunieron dos computadores, cuatro escritorios, archivadores, tableros, biblioteca y papelería. Aplicaron a varios proyectos en el Distrito pero por forma más que por fondo, no se ganaban ninguno. Por fin, a punto de desfallecer les otorgaron un proyecto de evaluación forestal en Los Mártires; Sí, aquel lugar donde su papá había hecho fama de sindicalista. Casualmente uno de los contratantes les había aconsejado que una empresa seria no podía darse el lujo de tener su sede de trabajo en un garaje, que lo mejor era que consiguieran una oficina decente.

Con algunos ahorros consiguieron arrendar una oficina en la Diecinueve con Séptima. Pero justo el día que estaban empacando todo para trasladarse, Grace recibiría esa noticia que se sabe sucederá pero siempre se quiere aplazar. Su padre Antonio Zarate, había fallecido. Era 1996. Sus ojos solo regresaron a la realidad cuando la llamaron de la casa de su socia, para decirle que los ladrones también habían desocupado el garaje de la casa de Jenny.

La perseguía el reciclaje. Acudieron a varios amigos para que les regalaran los artículos de oficina que ya no usaban. Casualmente el siguiente proyecto tenía que ver con el tema y a eso se han dedicado hasta el presente. Tenían que hacer un diagnostico sobre el manejo de residuos en la localidad de Teusaquillo. En la calle se encuentran con dos realidades: hay residuos aprovechables y orgánicos.

Las posteriores investigaciones de terreno la enfrentaron con aquel submundo de montañas de basura y energía desperdiciada. Toda una estructura que había que sistematizar: operadores de servicios públicos, familias recolectoras, bodegueros, mafias, industrias monopolizadoras, dinámicas ciudadanas, creación de cultura. En ese camino de estudios, clasificaciones, valoraciones y consultorías se toparían con una experta que llevaban toda la vida viviendo de lo que desechan los inconscientes. Grace se hizo gran amiga se Nohora Padilla, hoy directora de la Asociación de Recicladores de Bogotá (ARB), miembro de la Asociación de Recicladores de Colombia y la única colombiana que hace parte de la Organización Mundial de Recicladores. Junto a esa linterna en medio de la oscuridad, aprenderían todos los intríngulis de la capital colombiana de los residuos.

En un acuerdo tácito, empíricos y estudiosos, comienzan a tecnificar el sector. En 1999 el DAMA contrata los servicios de Grace y su empresa, para elaborar junto a otros investigadores el primer gran diagnostico de manejo de residuos. En él proponen, por ejemplo, la dignificación del trabajo del reciclaje. Entender cada categoría y cada empleo: dejar de llamar indigentes a los recolectores para llamarlos recicladores de oficio; diferenciar entre los los comercializadores formales y los bodegueros informales que mezclan la labor con el microtráfico de drogas.

Ese mismo año, Grace participa en la reubicación de los habitantes del  sector del Cartucho. Ella se encargó de negociar con los comercializadores de oficio para buscar una salida del sitio. Geosigma, entonces, elaboró el proyecto del Parque Industrial de Reciclaje; que solo quedó en eso, en un proyecto porque las autoridades de la época lo dejaron engavetado. Llegaría la alcaldía de Antanas Mockus, quien finalizando el año 2002 inició la elaboración de un plan a gran escala para culturizar a los bogotanos sobre la acumulación, clasificación y disposición de residuos. De aquel emprendimiento nació la idea de clasificar en dos bolsas -la negra para los orgánicos y la blanca para los aprovechables- los residuos de cada hogar.

Mockus intempestivamente se retiró un año después y el plan quedó en el escritorio. Aquel informe técnico-práctico ha pasado por dos alcaldías; la de Luis Eduardo Garzón y Samuel Moreno. Solo ahora, después de una década, la alcaldía de Gustavo Petro lucha por retomar el plan.

Desde aquel 18 de diciembre que llamaron a Grace para activar el plan de choque de la nueva empresa de aseo de Bogotá, Basuras Cero, supo que el alcalde Petro la tenía difícil en una ciudad colmada de intereses. A los asesores que la atendieron les recordó el estudio que desde la época Mockus se tenía engavetado y que los ciudadanos ya habían pagado. No se necesitaba arrancar de nuevo, los documentos tenían todo un sistema operativo de recolección y reciclaje.  Sin embargo poco le han hecho caso a sus consejos.

Grace, desde la barrera, ha detectado dos grandes problemas. El primero es que Gustavo Petro es un alcalde bien intensionado pero mal rodeado. Durante los días de crisis en los que la llamaron se encontró con funcionarios mal preparados, que improvisaban y hasta algunos que no tenían ni idea del tema. Aunque Grace hace una salvedad: Petro tiene clara una cosa elemental y es que hay que integrar a los recicladores en el servicio de aseo de la ciudad. Nada se saca si los ciudadanos separan los residuos en sus casas si finalmente los van a revolver en el mismo carro compactador.

El segundo problema que advierte Grace, son los intereses de los operadores de aseo. La historia da cuenta que todos se han opuesto integrar a los recicladores de oficio al servicio tarifario. Por una razón funesta y es que tendrían que repartir las ganancias con la subvalorada mano de obra de los recicladores. “Ni reciclan ni ayudan a reciclar” dice un graffiti al lado de una de las bodegas comercializadoras.

La voz embelesadora de Grace junto a los giros sincronizados de sus manos, van haciendo el mapeo de una carrera por la basura. Los recicladores tienen que adelantarse una horas a los operarios privados de aseo para recolectar los residuos aprovechables. En el noventa por ciento de los casos les toca meter medio cuerpo a los tarros de basura, desamarrar bolsas, separar y volver a amarrar para que los vigilantes no los espanten a gritos y bolillazos. Les toca hacer eso por una razón abstrusa, no hay una cultura del reciclaje.

Pero si no existe conciencia entre los ciudadanos de a pie, mucho menos existe entre las empresas privadas que reciben más dinero si llevan mayor peso al relleno sanitario. Mientras los operarios rasos corren tras un carro compactador echando lo que se encuentren a su paso por un sueldo mínimo,  los recicladores separan con cuidado los residuos llegando a ganar más dinero pero con aquella deshonra llamada desprecio.

El negocio en cifras es muy bueno pero se sistematiza y se integra sería mucho mejor. En meros residuos aprovechables; cartón, vidrio, plástico y hierro, se recogen en promedio 1500 toneladas al día. Mil kilos se vende a 80 mil pesos mal pagos, a vuelo de pájaro esto significa el ingreso de 120 millones de pesos diarios, más de 40 mil millones de pesos al año. Todo esto sin tener en cuenta que la industria monopoliza y por eso se ha dado el lujo de poner el precio final por cada kilo de residuo aprovechable.

Tal vez por ello la industria es uno de los sectores que menos fuerza hace para que el reciclaje se dignifique, tienen la garantía de seguir poniendo las tarifas que ellos quieren. “La industria necesita del reciclaje informal para abaratar costos”, cuenta Grace. Hoy en Bogotá se calcula que existen 75.000 recicladores y no los 15 mil que dicen las autoridades hay carnetizados, así mismo1400 bodegas de acopio (el 80% en hogares acondicionados para recolectar) y 45 organizaciones de reciclaje. Pero la recolección de basuras, que tira todo en Doña Juana, se encuentra dominada por cuatro empresas  de aseo (Atesa, Lime, Aseo Capital y Ciudad Limpia).

Mientras tanto en una agradable oficina del barrio Galerías, atiborrada de libros, estudios y diagnósticos, Grace sigue su camino por demostrar que en Bogotá todos los días se entierran millones de pesos en Doña Juana, el relleno sanitario que no tiene más de seis años de vida. Pero como de letras no solo vive el poeta, ella sigue ofreciendo consultorías a empresas como Pepsi, Frito Lay, Wiego y Kation, compañías que se han dado cuenta que reciclar es hacer riqueza.

@PACHOESCOBAR