Es el tiempo para el ELN

La “otra guerrilla” debe unirse cuanto antes al proceso de paz para de veras poner fin al conflicto. Pese a las dificultades, hay unos mecanismos factibles y hay unos temas de negociación realista. Este podría ser el escenario.

Se les acaba el tiempo

El tiempo se está agotando para el Ejército de Liberación Nacional (ELN). La probabilidad, cada vez mayor, de que las negociaciones en La Habana pondrán fin al conflicto con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) cambia por completo el escenario estratégico para el ELN.

Por lo tanto, si esta guerrilla no logra unirse al proceso, la presión militar, que hasta ahora se ha venido concentrando en las FARC, se enfocaría sobre ellos. Y una vez que se negocien por completo los temas en la agenda de La Habana, el ELN se vería presionado a adherirse a los resultados obtenidos con las FARC. Así que entre más tiempo quede al margen, una futura negociación con el ELN se parecerá más a un simple pacto de desmovilización, en lugar de un acuerdo de paz –idea que rechaza el ELN.

Las actuales negociaciones con las FARC son una oportunidad dorada, pues el proceso de La Habana ha creado un contexto que le permite al ELN, luego de varios años de estar calificado como un grupo “terrorista”, aspirar a que algunos de sus reclamos históricos sean incorporados en la agenda de una negociación política. Al vincularse al proceso de paz en curso, también podría incidir sobre temas cruciales que comparte con las FARC, como la justicia transicional o la participación política.

Sin embargo, para aprovechar esta oportunidad, el ELN tendría que hacer concesiones sustanciales. Sus exigencias tradicionales: una agenda que aborde las causas del conflicto, una participación directa de la sociedad civil y un cese al fuego bilateral no encajan con la arquitectura de las conversaciones de La Habana. Pero el gobierno difícilmente podrá distanciarse de este modelo.

Ofrecer al ELN unas conversaciones bajo condiciones sustancialmente diferentes de las de las FARC, −quienes aceptaron a regañadientes los parámetros de la negociación−­ podría tener repercusiones negativas sobre el actual proceso.

Durante 2013, el contexto político no era propicio para reconciliar estas perspectivas divergentes. El ELN ha observado las conversaciones de La Habana con un escepticismo apenas disimulado, pues piensa que éstas carecen de sustancia política. Por su parte, el gobierno posiblemente quiera que el proceso con las FARC se estabilice antes de iniciar conversaciones con otro grupo insurgente. Sin embargo, es probable que estas dudas e incertidumbres hayan empezado a disminuir en noviembre de 2013, cuando se logró el preacuerdo sobre participación política, que demostró que el proceso puede arrojar resultados en temas fundamentales y reforzó la confianza en que la solución negociada sea posible.

Por otro, lado, la debilidad del gobierno tampoco ayudó. No es claro si el gobierno tenía suficiente capital político para dar pasos decisivos en el proceso con el ELN, luego del colapso de la popularidad de Santos en 2013; lo que también aumentó la incertidumbre frente a las elecciones presidenciales del 25 de mayo próximo, a pesar de que el presidente es favorito para ganar un segundo mandato.

Frente a la considerable oposición interna al proceso de paz, Santos calcularía cuidadosamente si acelerar los contactos con los elenos tendría un efecto negativo sobre su popularidad o si, por el contrario, esto le ayudaría en su reelección. La incertidumbre electoral también pesa en el ELN, que podría apostarle a la posibilidad, por remota que sea, de que se elija a un presidente dispuesto a negociar sobre condiciones más favorables para la guerrilla.

Todo esto ayuda a entender por qué los acercamientos entre el gobierno y el ELN han sido algo erráticos. Durante 2013, en por lo menos dos ocasiones, el inicio de diálogos formales pareció inminente. Pero tanto después del anuncio de Santos en abril 2013 de que el proceso con el ELN empezaría “más pronto que tarde”, como después de la afirmación de Piedad Córdoba de que las negociaciones se confirmarían antes de Navidad, los diálogos con el ELN se desvanecieron. Estos falsos amaneceres no son inusuales, pero sugieren que el proceso ha enfrentado obstáculos más serios que los que se había previsto.

Para aprovechar esta oportunidad, el ELN tendría que hacer concesiones sustanciales.
Por desafiantes que sean, estas dificultades no pueden justificar más demoras. Sería especialmente contraproducente aplazar las conversaciones con el ELN hasta llegar a un acuerdo con las FARC. Si el conflicto con el ELN persiste, sería más difícil llevar a a cabo el cese al fuego con las FARC, en particular en las regiones en donde operan ambos grupos. Y en los fortines del ELN, quedaría en entredicho la aplicación de aspectos clave para un futuro acuerdo de paz, como el desarrollo rural o la justicia transicional. Si bien el ELN está seriamente debilitado, podría crear nuevos problemas de seguridad si redoblara sus operaciones militares o de sabotaje, en un intento por forzar al gobierno a iniciar conversaciones.

Lo que además produciría efectos políticos perjudiciales. Mientras el ELN permanezca en armas, el gobierno habrá fracasado en su empeño de lograr un cierre definitivo del conflicto.

Un posible acuerdo

El ELN piensa que el gobierno necesita abrir su posición o se arriesga a seguir con el conflicto; el gobierno cree que el ELN debe demostrar flexibilidad o se expone a quedarse por fuera del proceso. Es apenas lógico que las dos partes demanden lo máximo, pero no deberían permitir que se les escape esta oportunidad.

Hay suficiente espacio para acordar una agenda y unas reglas procedimentales viables. Junto a la justicia transicional y la participación política, un diálogo debe incluir problemas que le han interesado al ELN de tiempo atrás y cuya solución beneficiaría directamente a sus bases sociales:

· La explotación de recursos naturales, el mayor reclamo histórico del ELN,

· El desarrollo socioeconómico en las zonas petroleras y mineras y,

· La recuperación del medio ambiente.

De manera similar al tema del desarrollo rural, planteado por las FARC, centrar las discusiones en estos asuntos −que también son preocupaciones del gobierno− calmaría los nervios del sector privado y minimizaría los problemas de legitimidad derivados de la discusión de temas sustantivos con un grupo armado ilegal.

Las partes podrían ponerse de acuerdo sobre un sistema innovador que promueva la participación de la sociedad civil.

Eventos como los foros temáticos organizados en el proceso de La Habana se podrían mantener, con el fin de recoger insumos para la Mesa, dándoles un enfoque territorial más marcado; esto además corregiría el centralismo de los foros efectuados hasta ahora, lo que respondería mejor a la base social regional del ELN. Después de la firma de un acuerdo, los resultados de estos foros podrían ser el punto de partida para un debate social más amplio sobre los cambios para consolidar la paz. Esto haría eco a la idea del ELN de una convención nacional, que no sería un instrumento de negociación, sino un escenario para la construcción de paz.

Lograr un preacuerdo es ante todo una responsabilidad de las partes. Esto no sucederá automáticamente y exigirá pragmatismo, creatividad y un liderazgo audaz del gobierno y del ELN.

Mientras tanto, las partes deberían poner en marcha medidas de fomento de la confianza, que tendrán que incluir una declaración de la guerrilla de renunciar al secuestro. Hasta el momento, el ELN ha rechazado un gesto unilateral por ser supuestamente incompatible con una negociación entre iguales y sin condiciones previas. Eso tiene que cambiar.

La reticencia del ELN sobre las condiciones para dialogar es comprensible, pero el grupo guerrillero debe entender que unas negociaciones formales sin este paso previo serán insostenibles. Por otro lado, para alentar al ELN a dar este paso, el gobierno debería considerar la posibilidad de ofrecer algo a cambio; por ejemplo, mejorar las condiciones humanitarias de los prisioneros del movimiento insurgente.

Si el conflicto con el ELN persiste, sería más difícil llevar a a cabo el cese al fuego con las FARC.

La sociedad civil también puede ayudar. Hace tiempo que el ELN tiene mejores relaciones que las FARC con diversos actores civiles, y la incidencia a favor de la paz se ha intensificado, desde 2013. Colombianos y Colombianas para la Paz y el movimiento Clamor Social por la Paz mantienen un intercambio epistolar con el ELN, con el propósito de convencerlos de que respeten las normas humanitarias e inicien un proceso de paz lo antes posible. Este aún no ha resultado en compromisos concretos. Sin embargo, frente a la ausencia de canales de comunicación más robustos, el intercambio epistolar es un instrumento válido, en particular porque el ELN busca activamente el diálogo con la sociedad civil.

El ELN se enfrenta a unas decisiones difíciles. Aunque puede utilizar el capital político que ha construido en sus bastiones para construir un futuro sin armas, también podría aprovechar los nuevos ingresos procedentes del narcotráfico y la minería ilegal para prolongar una resistencia armada sin norte. Además, no es claro si la tradición deliberativa del grupo permitirá el indispensable consenso interno para iniciar diálogos de paz o si su organización descentralizada y su débil control vertical acabarán siendo obstáculos insuperables que podrían llevar incluso a su fragmentación.

El inicio de diálogos de paz con el ELN está plagado de dificultades, pero la incidencia de la sociedad civil podría ser crucial para que se incline la balanza a favor de la paz y así, la guerrilla se lance al agua.

Tomado de: http://www.razonpublica.com/index.php/conflicto-drogas-y-paz-temas-30/7502-es-el-tiempo-para-el-eln.html