Por César Torres Cárdenas*
Este texto es tomado de ElQuinto.com.co y se publica gracias al acuerdo entre dicho portal y la Corporación Nuevo Arcoiris.
Lo que está pasando en El Catatumbo es que a ese territorio se le está inflingiendo una profunda herida ética, política, militar y social.
Esto quiere decir que la guerra que hoy se libra allá afectará en forma profunda las relaciones que se han construido entre los seres humanos y entre estos, lo que allí se produce y los llamados bienes naturales que existen en esa zona del país.
Si no encontramos el modo de parar esa confrontación militar en el menor tiempo posible, no importa quién gane. Porque, sea quien sea, allí tocará volver a inventar esa red de relaciones que llamamos territorio.
- Lo que allá está ocurriendo no es un simple enfrentamiento de facciones armadas o el ataque de una de ellas contra civiles indefensos, como lo han presentado el presidente Petro, el ministro de Defensa, el consejero comisionado para la Paz y los conglomerados productores de información con sus respectivos medios de comunicación y sus periodistas
No es, tampoco, una operación militar ejecutada con precisión quirúrgica que cumple todos los mandatos del Derechos Internacional Humanitario, como la ha querido presentar el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
- Es cierto que el Frente de Guerra Nororiental del ELN lanzó una fuerte ofensiva contra el Frente 33 que hace parte de un sector político y militar desgajado del Estado Mayor Conjunto (EMC) y que este es, a la vez, una disidencia de las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
El resultado de esa operación militar, en cifras, se presentó el pasado domingo 26 de enero por parte del Puesto de Mando Unificado instalado por el Gobierno nacional en El Catatumbo: hasta ese día, habían muerto 41 personas, entre ellas, dos líderes sociales y cuatro firmantes del Acuerdo de paz de 2016, suscrito entre el Gobierno nacional de entonces y las FARC.
Se puede entender, entonces, que, aunque la actividad militar del ELN no va dirigida contra la población civil, ese grupo mató personas no combatientes. Tal como lo han hecho todos los grupos y actores armados, incluidas las Fuerzas Armadas del Estado. Por supuesto, el hecho de que sean todos, ni excusa, ni justifica a ninguno que perpetre esos delitos, pero, nos permite preguntarnos si hay alguna guerra -en estos días- que no victimice a la población civil.
¿Debemos desear, solamente, que los actores armados respeten las reglas de la guerra, o podemos ir más allá y trabajar para que cesen definitivamente las hostilidades?
- Otra cosa puede comprobarse: la violencia que hoy hiere al territorio del que hacen parte los municipios que conforman la subregión de El Catatumbo (Ábrego, Convención, El Carmen, El Tarra, González, Hacarí, La Playa de Belén, Ocaña, Río de Oro, San Calixto, Sardinata, Teorama y Tibú) no empezó con la ofensiva militar del ELN contra el Frente 33 de las disidencias. No comenzó, siquiera, con la aparición de las guerrillas.
En 2017, el Centro de Memoria Histórica, la Pastoral de Víctimas-Diócesis de Tibú y la Asociación de Autoridades Tradicionales del Pueblo Barí Ñatubaiyibari dijeron: “[e]l Catatumbo es un territorio en disputa. Sus habitantes narran cómo distintos actores han buscado el control económico, armado y político del territorio, en conflictos que datan de inicios del siglo XX”. Esta afirmación puede documentarse en el siguiente enlace: https://centrodememoriahistorica.gov.co/micrositios/catatumbo/ .
- La guerra que hoy vive el territorio era ya previsible en 2022 y, desde entonces, fue notorio el cambio en la modalidad operativa del ELN. Estos dos asuntos se pueden ver en el reportaje que hizo la periodista Andrea Aldana en marzo de ese año. Se encuentra en el siguiente enlace: https://universocentro.com.co/2022/03/13/los-sonidos-de-las-bestias/
Con su escrito queda claro que se venía una confrontación entre los elenos y el frente 33 y que el ELN combina la guerra de guerrillas -pequeños grupos de combatientes en permanente movimiento- con la guerra de posiciones, mediante la que disputa y toma territorios, gobierna o cogobierna y, a partir de ese control territorial, avanza hacia posiciones más fortificadas, en poder del Estado o de otros grupos ilegales.
¿Ante ese recorrido, qué hicieron los gobiernos anteriores?
Hicieron lo mismo que empezó a hacer el actual, desde hace poco más de un año: creer que la actividad militar de esa insurgencia se limita a luchar por apropiarse de dineros fruto de la actividad ilícita y, en consecuencia, no es digna de dialogar productivamente con el Estado.
Así que, los gobiernos de antes y el de hoy se han dedicado a militarizar, profundizar la confrontación, prometer nuevos recursos técnicos y financieros a la población, aumentar el pie de fuerza y el gasto militar en la zona. Es decir, matar, morir, prometer, volver a matar y seguir muriendo sin triunfo alguno.
- Para no decir pendejadas, término con el que el presidente calificó la superficialidad de algunos informes periodísticos, es necesario conocer la historia y la dinámica de las violencias en ese territorio y escuchar a quienes sufren la guerra en carne propia.
Quizá en esas conversaciones con la población directamente afectada, el gobierno entienda que lo más importante no es hallar culpables y perseguirlos, sino encontrar y ejecutar soluciones a los problemas y conflictos que, por haber sido mal gestionados, han dado lugar a la violencia.
Creer que esta guerra termina y que esa herida abierta al territorio se sana mediante el aumento de la presencia militar del Estado y la agudización de la confrontación armada, eso sí que es tremenda pendejada. Una pendejada sangrienta.
*Investigador, consultor y profesor