La trágica historia del EPL en Urabá

 

Foto: archivo CNAI

Erase una vez una región llamada Urabá. Una geografía por tres departamentos: Antioquia, Córdoba y Chocó, que estuvo aislada hasta que en los años 50 se construyó la famosa carretera al mar que unió a Medellín con Turbo. El asfalto le abrió las puertas a una colonización antioqueña y en pocos años Urabá se convirtió en el más grande enclave bananero del país. Corrían los años 60 y mientras el mercado mundial demandaba la fruta, los históricos cultivos del Magdalena habían decaído. Fue entonces cuando la Frutera de Sevilla, filial de la United Fruit Company se instaló en aquella esquina bañada por el Atlántico y el Pacífico, de tierra fértil y abundantes aguas, donde por 25 años los cultivos crecieron de manera incesante.

Pero la expansión de esta economía no estaba exenta de atropellos a los colonos, y las condiciones laborales eran deplorables: jornadas de trabajo sin fin, empleados sin contrato ni prestaciones; una vida en barracas donde la violencia se volvió cotidiana, la palabra sindicato estaba proscrita y solo se permitían los sindicatos controlados por los empresarios.

A finales de los años 70 las guerrillas de la región pusieron sus ojos en el proletariado bananero. Tanto las Farc, como el recién nacido Epl, nacido de una disidencia del Partido Comunista, tenían presencia en la región campesina de Urabá. Uno de los dirigentes del Frente V, comandado por el legendario líder marquetaliano Efraín Guzmán, el joven paisa Bernardo Gutiérrez, abandonó las filas de las Farc y se vinculó al recién nacido Epl, lo que le dejaría no pocas rencillas entre sus viejos camaradas. En el Epl se encontraría con otro joven de Medellín, Mario Agudelo, quien venía designado como jefe del Pc-ml y cuya tarea asignada era de la mayor importancia: organizar a la clase obrera de Urabá.

La historia de cómo un grupo de revolucionarios que llegaron a mover toda la región bananera terminaron en bandos diferentes en medio de la guerra y la violencia social, y hoy están en polos opuestos, a favor y en contra de la restitución de tierras.

La tarea fue cumplida con creces. En cuestión de pocos años los miembros del Pc ml, con el apoyo del Epl, había logrado que el sindicato de su influencia, Sintagro, pasara de tener 200 afiliados a 8000 afiliados, en un proceso que se ha llamado con razón,  de  “sindicalismo armado”.

Eran los principios de los años 80 y los diálogos de paz entre las guerrillas y el gobierno de Belisario Betancur también significaron un enorme crecimiento para el Epl que pasó de tener 80 combatientes a 400 en dos frentes guerrilleros. La influencia del Pc-ml se había disparado en el llamado eje bananero: Apartadó, Turbo y Chigorodó. En medio de la tregua, y con la llegada de la UP, los lazos entre las Farc y el Epl se estrecharon como nunca, y en el terreno político, se vivieron alianzas fervorosas.

Una de ellas fue la del sindicalismo. Sintagro y Sintrabanano (de influencia del Partido Comunista) se integraron en Sintrainagro y crearon una inmensa organización de 20.000 trabajadores que daría batallas inéditas por las condiciones laborales de la región. La primera de ellas un pliego único de negociación para 200 fincas bananeras que significó un cambio completo en la vida de los explotados trabajadores. En aquella primera batalla, un joven abogado, también de origen sindicalista y militante del Pc ml, haría las veces de asesor jurídico de los trabajadores: Gerardo Vega.  Sus interlocutores en la junta directiva del sindicato serían sus copartidarios Guillermo Rivera y Alirio Guevara, quien era un campesino que había sido traslado por su partido desde Catatumbo hasta Urabá.

Pero en Urabá no todo era lucha sindical. Un Epl fortalecido como nunca tenía en jaque a muchos empresarios bananeros. Mataban a los administradores que no pagaban extorsión, secuestraban y quemaban las fincas. La respuesta de las elites no se hizo esperar. En la Urabá de los años 80 ocurrieron las primeras y peores masacres de las que tuvo noticia el país por parte de los paramilitares, especialmente contra trabajadores de las fincas bananeras: Honduras y la Negra, por las que está condenado Hernán Giraldo, son apenas un ejemplo de ello.

Pero si en la zona bananera estaba bajo control de las guerrillas y sus brazos políticos, la zona campesina sufría el embate de los paramilitares. Los hermanos Fidel, Carlos y Vicente Castaño Gil se han instalado en Córdoba y desde allí quieren disputarle a la guerrilla el control de Urabá. La masacre de Pueblo Bello sería el bautizo de fuego, cuando se llevaron a 32 hombres que luego aparecieron enterrados en la finca Las Tangas. La guerra estaba declarada. Es entonces cuando los miembros del Epl, que no podían cubrir todo el territorio deciden crear un cuerpo de milicias. Armaron a campesinos en barrios, veredas y fincas bananeras, como un cuerpo de defensa ante la arremetida paramilitar. Un reconocido obrero sería el encargado de estas milicias que reunía a cerca de 2.000 personas: Rafael García.