/ Por Pablo Catatumbo*. En la revista Semana del pasado 14 de enero apareció publicado el artículo “Sin oposición” de María Jimena Duzán Vale resaltar ese escrito pues pone al aire uno de los aspectos más importantes del debate político contemporáneo en nuestro país.
En ese sentido, lo primero que habría que manifestar es que estamos completamente de acuerdo con la aseveración de la periodista de que la que vivimos no es una democracia, sino “un remedo de democracia, cerrada y asfixiante”.
Es precisamente esa cerrazón política de nuestro país la que ha llevado a la prolongada extensión del conflicto que vivimos, en donde la costra oligárquico–mafioso–terrateniente, se ha negado históricamente a la implementación de los reclamos democráticos de los movimientos sociales y de la inmensa masa de desposeídos. Es allí donde hay que buscar el origen de esta violencia que nos consume y de las guerrillas revolucionarias, y allí mismo es donde se ha de buscar la solución a nuestros problemas.
El sistema político colombiano, cerrado, excluyente y muy violento, es sin duda un motivo -probablemente el principal, como ya dijimos -, que explica la enorme duración y dureza de este conflicto, seguramente sin parangón en la historia reciente del continente. Ese sistema político, por sus características, resulta plenamente funcional al corrupto establecimiento y al injusto y desigual orden económico que lo caracteriza; lo protege y garantiza, pero no es democrático.
Las formas brutales de explotación que desde siempre han existido en este país guardan una relación muy estrecha con las formas políticas. A unas formas muy primitivas de explotación, corresponden entonces otras, igualmente primitivas, de dominación política. Por este motivo es adecuado empezar por desmantelar los pilares de ese sistema político y buscar su modernización democrática, su civilización. Ni los cambios en lo agrario, ni ninguna otra reforma tendrán piso firme si no se cambia sustancialmente el régimen político del país.
Duzán resalta igualmente el carácter antidemocrático de la cultura política criolla, en donde la oposición, el debate y el diálogo son vistos como elementos nocivos, cuando debieran ser vistos precisamente, como todo lo contrario: factores garantes del ejercicio democrático.
Tiene razón también la periodista cuando indica las enormes dificultades para la acción política legal en un país como éste. La colombiana no es una derecha dialogante, sino una derecha cavernaria, ultramontana, reaccionaria, hirsuta y militarista.
Precisamente por estas características de la clase dominante es que han sido segadas casi sin excepción y sistemáticamente las vidas de innumerables los voceros y auténticos representantes de la oposición política: Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliecer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán o Carlos Pizarro. Por eso mismo las posiciones de izquierda siguen siendo estigmatizadas y perseguidas.
Alcanzar una reforma del sistema político significa entonces, por un lado, desmontar los actuales sistemas de participación y en su lugar abrir canales nuevos, modernos y democráticos, que hoy por hoy son extraños al tejido institucional. Por otro lado, dicha reforma debe significar la eliminación por parte del Estado del uso de la violencia directa como mecanismo permanente para asegurar los procesos normales de explotación del sistema.
Se sabe que todo sistema social se defiende mediante variadas formas de violencia (jurídica, mediática, religiosa, cultural, etc.), y reserva la violencia física, directa, tan solo como una solución extrema, es decir, cuando todos los demás mecanismos de control social han fallado. Pero es que aquí esta última es permanente.
A la camarilla que ha gobernado a Colombia le encantan los dóciles ex militantes de izquierda domesticados o cooptados con facilidad. Con ellos se pretende demostrar una supuesta amplitud democrática, al tiempo que se ganan burócratas sumisos.
A la vez, despliega un discurso condenatorio contra los abnegados luchadores de la amplia franja de la izquierda, respondiendo a su accionar con un sobredimensionado aparato de inteligencia y represión. La eliminación de los líderes de la restitución de tierras y la estigmatización de las nuevas expresiones de izquierda lo ejemplifican.
Por todo lo anterior hemos insistido en que el tránsito hacia el cambio estructural que Colombia necesita, ha de empezar por dos factores: la modernización equitativa del mundo rural, eliminando las trabas que significa el latifundio y la democratización de la vida política del país.
Nuevamente tiene razón la periodista Duzán al recalcar lo poco que podemos esperar las FARC EP de un tránsito a la legalidad que no sea precedido de una real democratización de la estructura política y sus formas. En nuestra organización tenemos bastante claro que no hemos luchado por taxis, becas o cargos burocráticos.
Por el contrario, vamos al diálogo, convencidos de que en nuestro país existen reservas democráticas, y de que nuestro pueblo no puede estar condenado a una guerra sin fin. Pero el diálogo es para eso, para dialogar sobre un escenario alternativo, sobre un país distinto, más democrático y más equitativo.
Bienvenidas todas las opiniones y propuestas tendientes al cambio democrático. Con todos estamos dispuestos a converger para impulsar y realizar acuerdos en provecho de toda la nación.
Pueda ser que por estas líneas no vaya a resultar mañana Plinio Apuleyo acusando a María Jimena Duzán de pertenecer al PC3, porque se lo juro Plinio, no es así.
*Integrante del Secretariado del Estado Mayor de las FARC EP