Todos creíamos que eran “bolivarianos”. Así se autodenominan. Pero exhiben un santanderismo inocultable. Como cuando a “Tirofijo” le preguntaron por qué las FARC reclutaban menores de edad y respondió con desparpajo que “nuestros estatutos establecen como edad para la incorporación a la guerrilla a partir de los 15 años”. Ahora se nos vienen con otra perla después de anunciar que no entregarán las armas una vez culmine el proceso de paz. Piden que todos los acuerdos que se logren en La Habana se refrenden en una Asamblea Constituyente.
Este santanderismo que hace culto a la ley hasta convertirla en fetiche es también un nuevo ataque de maximalismo y soberbia. Porque viene acompañado de un decálogo de exigencias que acaban de presentar al inicio de la ronda de discusiones sobre “participación política” en la mesa de conversaciones con el Gobierno. Decálogo que, salvo las condiciones para el ejercicio de la oposición, la reparación a la Unión Patriótica y las garantías para el salto de la guerrilla a la actividad política legal, es un buen programa para la fuerza política que ha de surgir del Acuerdo de Paz. Tiene solo dos problemas: que sean la condición para la desmovilización guerrillera y que deba convertirse en una nueva Constitución. “Las armas nos dieron la independencia y las leyes nos darán la libertad” sentenció el General Santander. “Hecha la ley, hecha la paz”, parecen proclamar los farianos.
Es poco probable que existiera tal grado de ingenuidad en las FARC como para suponer que en una elección abierta a una Asamblea Constituyente, pudieran conquistar a “voto limpio” la mayoría de los escaños. Y que esa mayoría les permita anticipar el resultado final en una Constitución que sea una copia de los Acuerdos de la Habana, que a su vez reflejen, con puntos y señales, el decálogo que nos acaban de presentar. Corren el riesgo, si es una elección abierta, de hacerle un enorme favor a la derecha dura que quiere sabotear los diálogos de paz y desmontar la actual Constitución. El uribismo estará feliz con la propuesta guerrillera. Por eso resulta más seguro que estén pensando en una “Constituyente amarrada” como la de 1886. Ingenuidad peor suponer que los Acuerdos de La Habana terminen en una “constituyente de bolsillo” para las FARC.
Lo malo es que esa actitud virginal pone en riesgo el proceso de paz mismo. Las FARC no han entendido que tales despropósitos pueden generar objeciones de la opinión pública a los diálogos. Que el respaldo logrado a la posibilidad de la paz se puede evaporar con una guerrilla triunfalista e inflexible. Que gobierno y FARC tienen la obligación de cuidar el proceso de paz como un patrimonio común. Que los dos lados de la mesa tienen los mismos enemigos. Que más allá de las controversias normales de dos contrapartes conminadas a poner punto final a un conflicto largo, degradado y complejo, existe un enemigo común a derrotar: aquellos que sueñan con la aniquilación violenta del contrario. Por demás, demostradamente imposible.
Publicación: 24 Junio de 2013
Fuente: kienyke.com
Autor: Antonio Sanguino