20 años después del ‘adiós a las armas’

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“Muchos combatientes
bajaban la cabeza para que
no les vieran las lágrimas
que inevitablemente
brotaban de sus ojos”.
(Paul Sánchez Puche, reinsertado de la CRS)

En la madrugada del 9 de abril de 1994, una descarga de fusiles y ametralladoras atravesó como luciérnagas fugaces la oscuridad del cielo de Flor del Monte, en las estribaciones de la serranía de San Jerónimo, en el departamento de Sucre, en el Caribe colombiano. El tableteo y las ráfagas se extendieron intermitentemente hasta ahogar el canto de los gallos, el ladrido de los perros, el rebuzno de los burros y el pito con el que el sacerdote y el sacristán acostumbraban despertar a los feligreses para la misa, ante la falta de una campana en la iglesia.

La primera reacción fue de temor ante la posibilidad de que los paramilitares hubieran intentado tomarse la plaza del pueblo donde ese día el Gobierno Nacional y la Corriente de Renovación Socialista (CRS) suscribieron el acuerdo político para la reinserción de esa organización guerrillera a la sociedad.

Sin embargo, el esplendor de esa especie de pirotecnia originada por las armas de fuego, sumado a un vallenato sabanero que se dejaba escuchar en algún estadero cercano, hizo que el júbilo neutralizara el temor y el pueblo se sumergiera en una especie de delirio sabatino y festivo.

¡Nos estamos despidiendo de la guerra y de la revolución!, le respondió con firmeza Paul Sánchez Puche, desde la cima de una loma en la que estaba de guardia, al comandante Rodomiro, quien desde otro flanco lo había llamado por radioteléfono para preguntarle por el origen de aquel estruendo, y quien –ante la respuesta de Paul– terminó uniéndose, con otros guerrilleros, a las descargas de fusilería.

Dos décadas después

Cuando este 9 de abril se cumplan 20 años del proceso de reinserción de la CRS es probable que algunos excomandantes y guerrilleros de base no estén en los actos de programados en la plaza donde Paul Sánchez Puche había empezado a despedir la guerra y donde horas después se protocolizó la reinserción. La razón, según él, no todos pertenecen al club de los privilegiados de lo que fue la organización guerrillera.

Explica que aunque parezca una paradoja, solo algunos de los comandantes de entonces se acomodaron y gozan hoy de tantos privilegios como gozan quienes, en su momento, decían combatir, es decir, a los varones y caciques políticos del país.

Para decirlo en palabras del general Moncada en Cien años de soledad: “de tanto odiar a sus enemigos –algunos– terminaron pareciéndose a ellos”, porque sin tener espacio en la opinión pública, unos pocos han terminado presos del clientelismo político o gozando de los privilegios que ofrece el poder.

Un comandante en el anonimato

Pero el caso de Paul Sánchez Puche, como el de otros excombatientes de base, es distinto pues no se han beneficiado en las proporciones de quienes firmaron los acuerdos; sin embargo, con sus propios esfuerzo han salido adelante.

Fue por eso que mientras esa mañana del 9 de abril de 1994, en Flor del Monte, los máximos dirigentes eran entrevistados por nubes de fotógrafos y periodistas internacionales, él pasó como uno más de los excombatientes, no obstante que fue –según lo explica– parte vital de la estructura política y militar de la organización.

Después de la reinserción, Paul Sánchez Puche se graduó como licenciado en Ciencias Sociales con énfasis en Filosofía, en la Universidad de Córdoba.

Hoy vive en un modesto apartamento al noroccidente de Bogotá, el cual terminó de pagar con el sueldo de catedrático universitario; vive en compañía de su hijo, Paul Sánchez Ospina, graduado en Ingeniería Ambiental y Sanitaria, y quien lo acompaña a cumplir uno de sus viejos sueños desde cuando estaba en la guerrilla: escalar montañas y nevados. “Siempre quise conocer la nieve”, dice.

Recuerda que “estando en la guerrilla intentamos escalar el nevado del Tolima, pero desistimos porque los otros combatientes se agotaron, era una aventura en la que pretendíamos concientizar a los compañeros en favor de la naturaleza y las consecuencias de los impactos ambientales”.

Ya reinsertado, el 8 de diciembre de 2012, él y su hijo lograron escalar el nevado del Tolima, en la cordillera Central, a 5.321 metros sobre el nivel del mar, y en diciembre del 2013 ascendieron el nevado Pan de Azúcar, en la Sierra Nevada del Cocuy, en el departamento de Boyacá, a 5.120 m.s.n.m., en la cordillera Oriental.

Ahora se prepara para en junio de 2014 subir con su hijo al nevado El Cóncavo, también a 5.120 m.s.n.m., en el Parque Nacional Natural del Cocuy.

Hoy también se dedica a la investigación sobre cambio climático; ha sido invitado a dar conferencias en España, Ecuador y en la Primera Convención Internacional sobre Medio Ambiente y Desarrollo, que se llevó a cabo en La Habana, Cuba (1999), gracias a que su ponencia sobre los impactos socioambientales de la hidroeléctrica de Urrá fue seleccionada por el comité científico del evento. También trabajó en el Proyecto de Agricultura Urbana, en el Jardín Botánico José Celestino Mutis, de Bogotá.

Actualmente escribe un libro en el que narra con un tono entre ciencia y literatura su experiencia en la guerra, como escalador, ambientalista y filósofo. Su hijo es su única compañía desde que se terminó la relación con su esposa, también reinsertada, y quien vive en compañía de su otro hijo, Pavel Sánchez Ospina.

Una ‘escuela de la noche’

Paul Sánchez Puche nació en el barrio Nariño, de Montería, en el que abundaban las casas de techos de palma y paredes de tablas, donde la calle 41 era una calle ancha y empedrada que se alargaba hasta reventar en la orilla del río Sinú.

Vivía próximo a la antigua zona de tolerancia y cerca a la emblemática Plaza Montería Moderna, un sector de prostíbulos y cabarés, en el que se levantó toda una generación de peloteros, boxeadores, futbolistas, buscapleitos y prostitutas. Pero también un barrio de intelectuales, profesionales, artistas y autodidactas.

Su papá, Marco Sánchez Pareja, era un hombre formal, conservador de los buenos, lector asiduo de El Espectador, vendedor de seguros; y su mamá, ama de casa que se desvelaba para atenderle sus constantes crisis de asma, la que finalmente logró combatir con ejercicios y medicina natural.

Creció cerca a El Palmar, el bailadero popular y salón de rumba más famoso de la zona de tolerancia de Montería, en donde su hermano menor, Luis Sánchez Puche, le enseñó a bailar salsa.

Recuerda que para esa época Montería era una especie de Grecia anclada en el Caribe colombiano, pues los libros circulaban de mano en mano, de familia en familia. “La gente leía sin miramientos de ideologías ni partidos, pero luego empezaron a matar a estudiantes, a maestros y a pensadores. A este pueblo le mataron su propia educación y su inteligencia”.

Paul Sánchez Puche se empecinó en la lucha revolucionaria y se fue para la guerrilla, donde llegó a ser miembro de la dirección nacional del MIR-Patria Libre y miembro del Comité Central de Patria Libre.

Paul Sánchez Puche, vinculado a la Corriente de Renovación Socialista, y en la otra foto, veinte años después, en el nevado del Tolima, adonde siempre quiso subir.

El paso por el MIR

Sánchez Puche pasó a ser parte del Movimiento de Integración Revolucionaria (MIR), de donde los Centros de Estudios 12 y 13 de Marzo eran una instancia organizativa, pues los estudiantes de Córdoba se vinculaban por decenas inspirados por el imaginario colectivo internacional de Europa e incluso de los Estados Unidos, donde la sociedad norteamericana exigía la suspensión del envío de tropas y el bombardeo a Vietnam.

Algunos estudiantes pasaron a la Dirección Nacional del MIR, desde donde se apoyaban las luchas campesinas y de la clase obrera. Paul cuenta que en principio “el MIR tenía toda una estructura organizativa, pero no éramos guerrilleros”. Los centros de estudio tenían un periódico, Trinchera estudiantil, en el que se escribían reivindicaciones estudiantiles. “También teníamos el periódico Adelante, que era más influyente entre la clase obrera y pequeños comerciantes. Y en una instancia más arriba el MIR tenía el periódico Debate, que trataba temas más nacionales e internacionales. Eran periódicos dinámicos y actualizados.

Recuerda que en el país, organización de izquierda que se respetara debía tener su brazo armado. Y es por eso que coadyuva, junto con su hermano Luis Sánchez Puche, en la fundación de El Especialito, que luego pasó a ser el brazo armado del MIR.

A juicio de Sánchez Puche, uno de los aportes del MIR quedó consignado en el documento A-4, escrito entonces por José Elías Gomezcásseres y Alberto Gómez Hernández, profesor de la Universidad Distrital de Bogotá y editor científico de la Editorial Oveja Negra. Paul explica que en el “A-4 los del MIR visionaron lo que hoy ocurre en el país y particularmente en Córdoba; por ejemplo, que el terrateniente del tiempo de antes, el que bautizaba a los hijos de los campesinos, el que le regalaba pequeñas parcelas y escuelas a las comunidades –como lo fue Rosendo Garcés Cabrales–, hacendados que se hacían querer de la gente, serían reemplazados a futuro por terratenientes capitalistas neocoloniales, mezquinos, que estarían protegidos por grupos armados que formarían ejércitos a su cargo, que son hoy los paramilitares”.

Se mueve el ajedrez

Posteriormente, el MIR entra en alianza con el Movimiento de Unificación Revolucionaria (MUR), de ascendencia fundamentalmente antioqueña, que también tenía su grupo armado denominado Milicias Campesinas. Sus idearios se inspiraban en la revolución democrática popular. “Nosotros mirábamos más hacia la revolución rusa, socialista, liderada por la clase obrera, y ellos, más a China, que le daba más importancia a los campesinos”.

En las décadas de los 70 y 80 se constituye la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, y en ese proceso se fusionan el ELN y el MIR-Patria Libre, creándose la Unión Camilista-ELN.

Luego surge la Corriente de Renovación Socialista (CRS) como producto de la división que se dio al interior de la UC-ELN (1991), pues desde finales de 1989 se planteó un debate interno porque muchos miembros de la Corriente no compartían los atentados al oleoducto y planteaban una rectificación y reconsideración de la lucha armada, pues consideraban que la lucha guerrillera estaba superada.

Además, la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría iluminarían la ruta internacional. “Nos reinsertamos o nos exterminan”, fue la sentencia de Antonio López Herazo que marcaría el camino hacia la reinserción en Flor del Monte. “Se requerían formas de luchas más civilizadas, todo el contexto nos llevaba a acercarnos más con la realidad del país, mirar hacia la democracia”, recuerda Paul.

El epílogo de la guerra

El proceso estuvo en vilo y a punto de acabarse por un percance que debió ser aclarado y superado por la Corte Suprema de Justicia: el asesinato de Carlos Prada (Enrique Buendía y Ricardo González, negociadores de la CRS).

A Paul Sánchez Puche le había tocado hacer guardia en Flor del Monte, ante los rumores de que los paramilitares se tomarían el campamento. Y en la madrugada, tras estar seguro de que se trataba de una falsa alarma, vestido de camuflado y de pie sobre una loma, soltó al aire el primer rafagazo de su fusil M-16.

Los otros guerrilleros y guerrilleras que se encontraban de guardia se unieron y respondieron haciendo disparar sus fusiles y armas de dotación. “Era como si todos habláramos el mismo idioma, el lenguaje de la guerra que por fin terminaba”, recuerda Paul. Fue entonces cuando el sacerdote y el sacristán hicieron sonar sus pitos ante la falta de campana en la iglesia.

Meses después serían fabricadas dos campanas con los fusiles de los excombatientes, las mismas que doblarán y repicarán este 9 de abril, 20 años después de que el pueblo de Flor del Monte se desbordó de alegría a la plaza. Era el fin de la guerra. Y se había empezado a escribir otro pedazo de la historia de Colombia. Un pedazo de historia de hace 20 años.

Tomado de: http://revistas.elheraldo.co/latitud/20-anos-despues-del-adios-las-armas-130608