Llegaron las elecciones presidenciales y el próximo domingo se juega el primero de dos tiempos para escoger al próximo jefe de Estado y de gobierno en nuestro país. Nuevamente, como otras veces, el tema del conflicto armado y las maneras para acabarlo copan el centro de la campaña, así en apariencia otros asuntos vitales para la vida nacional parecieran igual de importantes: salud, educación, agro, empleo, infraestructura y vivienda. Con todo, es la postura sobre la guerra y la paz la que tiene la capacidad de mover la disputa electoral.
Es este tema fundamentalmente el que generó el cisma entre el presidente Santos y el ex presidente Uribe. Y el que es fuente de los graves y sórdidos escándalos de estos días. Otra vez, de manera renovada, estamos llamados a escoger el medio que creamos más conveniente para terminar una confrontación armada y sangrienta que empezó a principios de los años sesenta. Da la impresión, a veces, de que al llevar más de medio siglo viviendo en medio de la violencia nos hubiéramos acostumbrado a ella, incluso enviciado, y que por esto no contemplamos con rigor una manera distinta para terminar la guerra que no sea la de las armas. Hay una fractura enorme en la sociedad colombiana al respecto: una parte acepta y ve como convenientes los diálogos con las guerrillas, y otra solo quiere su combate armado, incluso resignando cualquier acuerdo que termine la guerra, pues hace suya la tesis de que ‘al enemigo ni agua’.
Esta profunda división se refleja en las posturas de los candidatos: Santos, Peñalosa y Clara López completamente decididos y a favor de una salida negociada y comprometidos con llevar a feliz término el proceso de paz de La Habana. Marta Lucía Ramírez a mitad de camino entre la negociación y la confrontación, y Oscar Iván Zuluaga en franca oposición al diálogo, incluso en momentos en los que la negociación va dando sus frutos, como la semana pasada cuando se alcanzó un acuerdo entre Gobierno y FARC en el tema del narcotráfico. Esta vertical oposición y su ambición por ser presidente, llevaron al candidato Zuluaga a cometer varios errores imperdonables para su condición; y hasta que no se pruebe lo contrario, lo cual parece supremamente difícil, su conducta reciente lo inhabilita moralmente para ser el jefe de Estado de los colombianos: su relación con el delincuente del internet Andrés Sepúlveda y su evidente disposición a boicotear el proceso de paz a como dé lugar le generan una indignidad insalvable para gobernar al país. Las acciones desplegadas y los medios usados por la campaña de Zuluaga y por él mismo pueden incluso constituir graves delitos, lo cual está estudiando la fiscalía, entidad competente para ello.
El proceso de paz va bien, se han logrado acuerdos nunca pensados y las dos partes están en la total disposición de seguir adelante. Las FARC y el ELN quieren firmar la paz y desaparecer como guerrillas. Claro que hay enormes retos en la mesa de negociación, especialmente en los temas de justicia, verdad y reparación. Estos asuntos son el núcleo, el corazón del proceso. Tampoco ayuda la tozudez de las guerrillas de continuar con sus acciones armadas que tanto daño causan. Pero es obligación seguir adelante y encontrar caminos que resuelvan estos desafíos.
Buscar un norte de convivencia guiados por la brújula del diálogo para poder coexistir con quien ha sido un feroz y en ocasiones despiadado enemigo es supremamente difícil, pero es un camino más constructivo y sensato que la guerra eterna. También hay que decir que ni el Estado ni la sociedad están libres de responsabilidad del estado de cosas al que llegamos. Por el contrario, arengar contra este esfuerzo por la paz, desconociendo las complejidades que tiene, llamar a una nueva cruzada bélica, haciéndolo con un simplismo grosero y manipulador, es mucho más fácil y da más dividendos políticos. Pero ya sabemos cómo terminan esas convocatorias eufóricas a la guerra, como cuando Alemania entera exaltó a Hitler y le dio todo el poder.
Hoy tenemos el enorme reto y la gran oportunidad para desactivar la guerra interna. El momento y las perspectivas son inmejorables. Además, para tranquilidad de los electores, los acuerdos a que se lleguen en La Habana serán puestos a su consideración mediante un mecanismo de participación democrática. No podemos dejar pasar este momento ni ser inferiores al desafío. Este domingo que viene tenemos la oportunidad de hacer nuestro aporte a la sanación del espíritu del país con un voto por la paz.
Escrito por: Ricardo Correa Robledo