El hombre de Juan Manuel Santos en Oslo

Foto: El presidente Juan Manuel Santos y Sergio Jaramillo.

En sus apellidos, tanto como en su talante político, se debaten las dos corrientes de sus ancestros: la liberal de Luis Eduardo Nieto Caballero, y la goda de Miguel Antonio Caro. Sergio Jaramillo, a diferencia de muchos de sus compañeros de gabinete no es un tecnócrata, ni un yuppie deslumbrado con el poder. Es un intelectual, al que muchos le agregarían el adjetivo de extraño.

Filósofo y filólogo, especializado en lenguas muertas, formado en Oxford, Cambridge. Políglota. En la embajada británica suelen decir que es más británico que ellos, aunque fue en Alemania donde se formó en su edad adulta. Es un aristócrata austero que fuma puros Montecristo, y que antes de viajar en caravanas de escoltas manejaba un viejo Nissan destartalado.

Su entrada al mundo de la paz se dio por el tema de seguridad, y la entrada a éste por el mundo de las relaciones diplomáticas. Sus primeros cargos fueron como asesor en la Cancillería y la embajada de Francia, donde conoció y tuvo empatía con Marta Lucía Ramírez, quien lo trajo como su  asesor cuando fue nombrada Ministra de Defensa.

Jaramillo, junto a otros colaboradores de Ramírez, como los exviceministros Soto y Peñate, convirtieron el discurso político de seguridad de Uribe, que al principio era una mezcla de cascos azules y estatuto antiterrorista, en un documento con un planteamiento serio, aunque no necesariamente correcto para el país: la seguridad democrática.

La tesis central de esta política, en la que Jaramillo tuvo mucho que ver, es que el conflicto armado era una consecuencia de la debilidad del Estado en las regiones, y que la llegada de este, lo resolvería. El asunto principal sería una disputa de legitimidad entre insurgencia y fuerzas militares.

En consecuencia buena parte del trabajo de Jaramillo en esa primera época, y luego cuando fue nombrado por Juan Manuel Santos como viceministro de asuntos políticos, tuvo que ver con los derechos humanos.

Odiado por el uribismo, respetado en las fuerzas militares, desconocido para muchos en el país, Sergio Jaramillo es el hombre que tiene como tarea negociar con las Farc.

Antes de que Santos fuera ministro, Jaramillo estuvo por fuera del sector público como director de la Fundación Ideas para la Paz, un centro de pensamiento creado por empresarios del país. Desde allí se dedicó a estudiar todos los procesos de paz del mundo, aunque ya conocía de primera mano y había estudiado casos como los del Ira y el gobierno británico, del de Sudáfrica, y el salvadoreño, dado que Joaquín Villalobos era uno de sus principales interlocutores.

Como viceministro de Defensa, se puede decir que Jaramillo hizo parte una corriente modernizante del mundo militar.  Fue uno de los artífices del trabajo conjunto especialmente en el campo de la inteligencia; diseñó políticas como la de derechos humanos, que regula el uso de la fuerza; fue un defensor de la política de consolidación con enfoque civil, y uno de los mayores impulsores de políticas de desmovilización.

También jugó un papel importante en coyunturas como la muerte de Raúl Reyes pero sobre todo el subsiguiente manejo de la información que había en sus computadores.

Jaramillo se ganó la animadversión de la “caverna” de los militares porque su papel fue muy importante en el destape del escándalo de los falsos positivos. Siempre promovió que la Fiscalía asumiera las investigaciones por homicidios fuera de combate, y su papel fue clave en la posterior expulsión de un grupo de 27 altos oficiales de las filas del Ejército.

Renunció a su cargo con una dura carta pública en la que se oponía a que el presidente Uribe buscara su tercera reelección pues consideraba que las maniobras que hizo el Gobierno para obtener este objetivo ponía en riesgo a las instituciones, cuyo fortalecimiento era el corazón de la estrategia de seguridad. Por eso los uribistas, en cabeza de José Obdulio Gaviria, despotrican de él sin cesar. No obstante, es sumamente respetado en las altas esferas militares, especialmente en las generaciones más recientes, puesto que se conocen sus dotes de estratega de la guerra, su solvencia para el manejo de las relaciones con todos los organismos de inteligencia del mundo, y porque es un hombre reservado, con un criterio y un juicio independiente.

¿Qué se espera de él en la mesa? Sergio Jaramillo no es ingenuo como tal vez lo fueron algunos comisionados de paz. Mientras esté sentado en la mesa de negociaciones, tendrá en su cabeza todo el mapa de las fuerzas en el campo de batalla. Esto es absolutamente novedoso en alguien llamado a negociar. Quizá es el funcionario que más ha hablado con los desmovilizados de las Farc, de todos los rangos y frentes. Por esta vía, y por la de su contacto con los intelectuales de todas las corrientes, conoce mucho sobre su contraparte. Tiene también la tendencia de escuchar y dejarse asesorar. Quizá sus mayores talentos para la tarea que tendrá en sus manos es que es reflexivo, paciente, y sobre todo, discreto. También que carece, al parecer, de ambiciones políticas. Goza de toda la confianza del presidente, de quien además es pariente lejano.

Su talón de Aquiles es justamente que llega a la mesa con las Farc como consejero de seguridad, marcado por una visión que procura que la paz, sea la victoria, tal como lo dijo Santos. No es una persona proclive a ver en la insurgencia un fenómeno social y político, y en tal sentido preferirá una negociación bilateral, sin mucha participación de otros actores, como la Marcha Patriótica.

Según se sabe, el Gobierno busca una negociación rápida y pragmática. Incluso, una que obtenga algunos resultados antes de la reelección de Santos. Esa es la prueba de fuego que tendrá Jaramillo en Oslo y en La Habana, frente al otro Jaramillo, el médico Mauricio de las Farc.

Por ahora, estos dos alfiles de gobierno y guerrilla parecen tener mejores condiciones que otros en el pasado para lograr un acuerdo básico y sensato. Ojalá así sea.