Las aventuras de Fernando Oramas*

Foto: Fernado Oramas, pintor bogotano | facebook.com/FernandoOramas

/ Por Álvaro Delgado. El pintor Fernando Oramas nació en 1925 en la carrera 3ª con calle 26, en un rincón de Bogotá vieja cercano a las ladrilleras que allí pululaban, al norte de las instalaciones de la cervecería Germania. Su padre, Carlos Oramas, fue un abogado a quien apenas recuerda, tuvo dos hermanas y tres hermanos y sus primeras impresiones de la lucha social corresponden a lo que escuchaba decir sobre la guerra civil española en el café Tropical, que con El Molino y otros se repartían con exclusividad una numerosa clientela política sectaria y desocupada, bien de izquierda, bien de derecha. Su madre manejaba una pequeña tienda de zapatos en la carrera 8ª, al lado de la Plaza de Bolívar, cuando ésta tenía fuentes luminosas y completaba su adorno con los primeros amigos de Fernando: emboladores y gamines. A la vuelta, al lado de la iglesia de Santa Clara (calle 9ª con carrera 8ª), estaba la Escuela de Bellas Artes.

–Yo iba para estudiar música y no me admitieron –señala Fernando–. Entonces cambié la música por la pintura. El rector era Miguel Díaz Vargas, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional. En la Escuela daba también cursos de anatomía y gracias a él desde el principio adquirí buenos conocimientos del cuerpo humano. Otros profesores eran Ignacio Gómez Jaramillo, Luis Alberto Acuña, el poeta Luis Vidales y el escritor Jorge Zalamea; estos dos nos enseñaban estética marxista. Corrían entonces los años 42 a 43 y en los cafés, adonde iba acompañando a mi hermano, se hablaba de comunismo. Mis santos ya eran Marx, Lenin y Stalin, y muy pronto estaba asistiendo a una célula del partido. Eso era algo estricto, como una nueva religión.

Fernando entró a colaborar con Diario Popular como caricaturista y dibujante, y cuando ese periódico dejó de existir lo hizo con Vanguardia del Pueblo y Voz Proletaria, a su vez clausurados por los gobiernos liberales y conservadores y que hoy prosiguen en el semanario Voz.

Gilberto Vieira, Augusto Durán, Mercedes Abadía, Carlos Alberto Aguirre, Jorge Regueros Peralta, Pablito Varcálcel, Rafael Baquero Herrera son los nombres de figuras comunistas ya desaparecidas que Fernando más recuerda a sus 85 años. Afirma que Charlie Chaplin “le pasaba colaboraciones (dinero)” al Daily Worker, órgano del partido comunista norteamericano, y enseguida, peleando con su memoria, anota una verdad universal: “Es más lo que uno guarda que lo que dice”.

Pero Fernando Oramas no ha sido persona que empiece y acabe una tarea. Siente que nunca ha acabado algo, y menos su pasión por los caminos y las gentes del mundo. “Yo iba seis meses a la Escuela y me salía, y Acuña me recibía otra vez, pero nunca saqué título. Para ser buen artista hay que tener un poquito de maniático. Fíjate en Dostoievski, y en Van Gogh”, afirma a tiempo que rememora ese interés por el arte atávico, innato en la persona humana, que reflejó en sus cuadros Gonzalo Ariza, el pintor de la sabana de Bogotá que fue agregado cultural de la embajada colombiana en Japón y se inspiró en la pintura secular de ese país para elaborar sus célebres paisajes de la sabana de Bogotá.

Y así pasó también con su militancia política. En un momento dado, Oramas no volvió ni al periódico ni al partido. Solo recuerda que Diario Popular tuvo una vida breve, era asediado por la policía y sus vendedores eran perseguidos, tal como lo sería Vanguardia.

–A los puestos de venta les daba miedo tener el periódico, y lo escondían debajo de los otros. El gaitanismo nos liquidó y nos desterró de la Plaza de Bolívar. Gaitán había estudiado con Enrico Ferri y se volvió fascistoide. Nos odiaba. Su fuerza de choque era el lumpen, y nos corrían de la Plaza.

Entonces, a principios de los años 50, se despertó con toda su fuerza la gran pasión de Fernando Oramas: México. El muralismo mexicano, para más precisión.

–Viajé sin documentos por todas las Antillas y a veces me devolvía, parando aquí, vendiendo un cuadro allá, trabajando algunos días para vender, ahorrando para pagar el siguiente tiquete de pasaje y soportando malos momentos. Andaba al garete, sin papeles, y hablé con un tipo que me dijo que si quería integrarme al movimiento de  Jacobo Arbenz.

Pintor, caricaturista y dibujante. Rebelde por naturaleza. Apasionado por los “caminos y las gentes del mundo”. Así es este artista bogotano, quien llega a nosotros a través de esta entrevista, realizada por Álvaro Delgado.

La contrarrevolución guatemalteca, adiestrada por el Ejército norteamericano y con el coronel Castillo Armas al frente, depuso finalmente al también coronel Arbenz en 1954 y nuestro amigo pintor, esta vez, tuvo que salir a toda m.

De brinco en brinco

Fernando partió de Bogotá hacia México por el camino de Barranquilla y sin proveerse de ningún contacto ni plantearse plan de viaje alguno. “Viajé allá sin documentos, por entre las islas del Caribe y hasta por Belice, para poder entrar a México”. Trabajó con el gobierno guatemalteco de Jacobo Arbenz desde el día siguiente a su llegada a la capital y sostiene que Arbenz era de familia suiza, que Lenin y otros dirigentes revolucionarios europeos se habían refugiado en Suiza y que el grupo cubano que preparó la misión del “Granma” había estado tramando la aventura en Guatemala.

–El “Gramma” estaba al mando del comandante (Alberto) Bayo y lo de la invasión a Cuba lo anunciaron desde México. Fijaron la fecha para el primero de enero y el primero de enero llegaron ahí. Los recibieron a bala y a la Sierra Maestra solo llegaron quince.

El ingreso a territorio mexicano desde el guatemalteco no tuvo problema. En la frontera, a los centenares de exiliados de todas las nacionalidades que huían de la muerte a manos del nuevo amo, mi coronel Castillo Armas, ni siquiera les pedían papeles. México era el refugio de los perseguidos políticos del mundo entero. Que lo diga desde el cielo León Trotsky, que huyó de la Rusia bolchevique para escapar de la muerte y vino a recibirla a manos del bando del pintor que Fernando más ha admirado: David Alfaro Siqueiros. El gran muralista, de talla enorme y músculos incansables, le permitió acercarse a su sueño más íntimo: dejar constancia del pueblo simple y combatiente, que en todo el mundo es el mismo.

–Trabajé con Siqueiros en varios murales. Él solo trabajaba con gente del partido comunista. Tenía miedo de que lo jodieran. Era muy fregado y no tenía pelos en la lengua. Usaba un lenguaje procaz, vulgar, de la lengua que en España se llama caló y en México caliche, y de un momento a otro cambiaba de genio. Era trabajador de Partido, orador y dirigente. En el Palacio de Bellas Artes no cabía la gente cuando él hablaba, y tenían que traer sillas de donde hubiera. Siqueiros era militar y estuvo con Enrique Lister y Valentín González, ‘El Campesino’, en las Brigadas Internacionales que defendieron la revolución española. Ambos fueron dos eminentes jefes militares de las milicias republicanas españolas que actuaron en la guerra civil de los años 30.

Pero ya se dijo que Fernando entraba y en el momento menos pensado salía de todo. Aunque en esta oportunidad, cuando había aterrizado sin paracaídas en la tierra prometida, él no lo quería de ninguna manera.

–Me deportaron de México en 1962, por cuestiones políticas. Yo tenía reuniones con el partido y una mañana, como a las 5, llegó la policía y me puso en un avión. Llegué a Barranquilla y me encontré con Alejandro Obregón, quien me propuso quedarme a trabajar allí. Obregón era una persona llena de contrastes. De pronto, amable, y de un momento a otro con esa soberbia. Al llegar a Colombia sufrí una crisis y duré varios años en superarla. La incultura en Colombia es terrible. Colombia tiene un atraso muy grande respecto de México, de cultura milenaria. Tuve que adaptarme a la brava. En México hay mercado para la pintura. Si yo hacía tres cuadros a la semana, tres cuadros vendía. Tenía amigos, muchachas, borracheras, lo que quisiera.

–En cambio, aquí tenías a Marta Traba.

–Aquí no había crítica de arte. Marta Traba llenó ese vacío y comenzó a pontificar. Enfrentó a unos artistas contra otros. “Oramas es un caso sui géneris de cómo no se debe pintar”, dijo.

–¿Ella te estimaba?

–No, pero yo sí a ella.

Oramas trajo al país material de lacas y vinilos, con el cual están elaborados decenas de cuadros de la vida del pueblo que cubren las paredes de su casa, en Ciudad Montes, puro enfrente de la que se conserva malamente de un gran desdichado y perseguido por sus mejores amigos: Antonio Nariño. Y a este personaje sin rencores insisto en preguntarle los motivos por los cuales se apartó de la lucha política.

–El partido no tiene cuerpo –responde–. Alguna vez lo tuvo, cuando Gilberto Vieira, cuando la guerra mundial.

–¿Y qué es lo más importante que te ha sucedido?

La revolución soviética y la cubana son las dos cosas más importantes que nos han sucedido. La historia ha cambiado y el gobierno es cada día más de derecha, con una verborrea izquierdosa. La familia Santos viene mangoneando el país desde los años 40. Es una monarquía criolla que se apoya en sus Fuerzas Armadas, sus detectives y sus militares, y no son tan pendejos de soltar el poder. No hay alternativa. Argentina, Brasil, Venezuela están más adelante que Colombia. Este es el gobierno más derechista de toda Suramérica. La gente está jodida. Estamos en derrota, hasta que haya otra vaina. Las Farc están jodidas, también en derrota. Pero ellas resurgirán.

* Con motivo del homenaje de que fue objeto en el Centro Cultural León Tolstoi, de Bogotá.