La cárcel y el pensamiento crítico
Renán Vega Cantor
“Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas. Dolor infinito, porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás. Nace con un pedazo de hierro; arrastra consigo este mundo misterioso que agita cada corazón; crece nutrido de todas las penas sombrías, y rueda, al fin, aumentado con todas las lágrimas abrasadoras”.
José Martí, El presidio político en Cuba. (1873)
Tengo el privilegio de participar en este evento gracias a la invitación personal que me ha hecho mi dilecto amigo Miguel Ángel Beltrán, lo cual para mí es un honor y una responsabilidad solidaria. Un honor que yo pueda dirigir unas palabras sobre su nuevo libro, y una responsabilidad, porque los profesores de la universidad pública estamos siendo amenazados y es un deber y una obligación oponernos a los designios de quienes representan a los pregoneros de la guerra y el odio. En esta ocasión quiero referirme de manera breve y panorámica a tres cuestiones: al autor, a la obra, y a la cárcel.
EL AUTOR
Una tendencia de la crítica literaria y bibliográfica afirma que cuando se comenta una obra debe hacerse abstracción de quién es el autor y centrarse en forma exclusiva en la obra misma, para juzgarla de manera intrínseca y entender desde dentro sus virtudes y limitaciones, con independencia de la producción previa de un autor y de su trayectoria. Este presupuesto es difícil de aceptar cuando se comenta un libro como el que hoy estamos presentando, porque la vida de Miguel Ángel Beltrán está indisolublemente ligada, incluso como autobiografía, a su obra La vorágine del conflicto colombiano. Por tal razón, antes de hablar del libro que nos convoca es indispensable referirnos a su autor, lo cual nos remite al contexto colombiano actual.
Miguel Ángel es un notable estudioso e investigador de la realidad colombiana, pero no es un académico convencional, sino un activo participante en el drama de la vida nacional. Esto lo ha llevado a mirar la situación del país de una manera mucho más profunda que la del investigador tradicional y del típico profesor universitario, cuya relación con el saber social es puramente instrumental, porque cada vez se aísla más del mundo real, se centra en forma endogámica en una especialidad restringida y vende el conocimiento como cualquier mercancía (como sucede en Colombia con los violentologos).
Ese vínculo entre el conocimiento y el compromiso atraviesa toda la vida y obra de Miguel Ángel, siempre consagrada a la universidad pública, tanto como estudiante (en la Universidad Distrital, la Universidad Nacional y la UNAM de México) y como profesor. Este hecho es importante resaltarlo porque allí se encuentra, a mi modo de ver, el origen de la persecución que soporta nuestro colega y compañero.
Al respecto deben recordarse algunos hechos de esa persecución, que evidencian una responsabilidad directa del Estado en general y del uribismo en particular. El 1 de marzo de 2008 el Estado colombiano cometió un crimen de guerra en Sucumbíos Ecuador, lugar en el que fueron asesinados a mansalva 26 personas, entre ellas un ecuatoriano y cuatro estudiantes mexicanos, cuyos nombres no se pueden olvidar: Verónica Natalia Velázquez, Soren Ulises Avilés, Juan González del Castillo y Fernando Franco Delgado. Estas personas eran estudiantes de la UNAM y estaban vinculados al programa de Estudios Latinoamericanos. Además, en esa ocasión se inventó el mágico e indestructible computador de Raúl Reyes donde, como en la lámpara de Aladino, todos los días siguen saliendo documentos que inculpan a Raimundo y todo el mundo de ser terroristas y donde se anuncian con increíble precisión todos los hechos posteriores a 2008, en Colombia y en el mundo, ¡tales como las luchas de la MANE, el Paro Agrario e incluso los ataques de Estados Unidos a Libia y a otros países del medio oriente!
Aparte de calumniar a los estudiantes asesinados, para desviar la atención por el crimen cometido, el uribismo y sus áulicos mediáticos y académicos necesitaban un hecho de carácter internacional en el que se involucrara a un colombiano de la universidad pública con la UNAM, entidad que venía siendo infiltrada en forma ilegal por ese gobierno, como se ha comprobado después. El objetivo desde luego era claro: mostrar ante la opinión que esa respetable casa de estudios, la UNAM —que ha dado acogida a perseguidos políticos de todo el mundo durante diversas épocas— es un centro terrorista y, de esta manera, enlodar aún más la imagen de los cuatro estudiantes asesinados y justificar dicho crimen. En estas circunstancias, se prepara y efectúa el secuestro de Miguel Ángel Beltrán en México, donde él estaba adelantando estudios de Posdoctorado. Este es un hecho vergonzoso para el Estado de México, que se hizo cómplice de otro crimen del parauribismo y terminó con una tradición histórica de ese país como territorio que daba asilo a refugiados y perseguidos. Al respecto en el libro que comentamos se encuentra un testimonio que reafirma esto que decimos, el del periodista Rafael Maldonado Piedrahita, entrevistado en 1991:
“México era para nosotros en ese momento, el París para los Europeos, el país nación donde histórica y tradicionalmente, los exiliados políticos y los intelectuales habían encontrado cobijo. Recordemos que todos los poetas latinoamericanos, que todos los panfletarios latinoamericanos, que toda la intelectualidad perseguida del continente, termina asilada en México, entonces para nosotros formaba parte de esa tradición cultural y política de asilo y ninguno de nosotros pensaba en Lima, Buenos Aires o Río de Janeiro. Para nosotros el sitio obvio, natural, de asilo era México”. (p. 176).
Ver texto completo de la presentación:
http://issuu.com/arcoiris.com.co/docs/presentaci__n_de_beltran
http://asoprudea.udea.edu.co/coleccion/coleccion_6.pdf