Foto: Juan C. Flórez y Yezid García, concejales de Bogotá.
“Sacrificar un plan por aprobar una lista de mercado”
Después de una extensa discusión, que prometía sacar adelante un plan más adecuado a los enormes y peligrosos desafíos que enfrenta Bogotá, la administración del alcalde Petro prefirió uno de esos atajos que habitualmente se toman en nuestra sociedad y debido a los cuales se sacrifican la seriedad y la coherencia en el largo plazo, a cambio de éxitos sonoros de corto plazo, que llevan oculta la semilla de futuras decepciones y fracasos. El Plan terminó convertido en una lista de mercado, repleta de deseos y de buenas y dispersas intenciones, pero sin el respaldo de recursos reales a muchas de las iniciativas. Tampoco evidencia el Plan cómo logrará el alcalde Petro, sacar adelante macro-proyectos y políticas públicas con un equipo que tiene una considerable y preocupante inexperiencia en la gestión de los mismos. Tristemente la lista de mercado aprobada con el nombre de plan de desarrollo, deja otra vez en claro que las izquierdas saben prepararse muy bien para ganar elecciones, pero que no dedican las misma atención, seriedad y esmero a prepararse para gobernar.
No hay, por ninguna parte, claridad en las finanzas. Tenemos, después de un mes de deliberaciones en el Concejo de Bogotá, un Plan con más de 600 modificaciones, algunas de ellas estructurales, y un presupuesto invariable, 61 billones de pesos. Inventaron un término para describir esta alquimia presupuestal: “rebalanciamiento”. Desde el comienzo el plan de desarrollo ha estado desfinanciado en cerca de 18 billones de pesos. Por eso, no entiendo cómo los mismos concejales y partidos que criticaban duramente esa situación, pasaron luego, sorprendemente, a aprobar el Plan, olvidando por completo sus razonables críticas al déficit financiero del plan. De otro lado, brillan por su ausencia, en el documento que sería un gran tratado académico, herramientas concretas para ejecutar una buena parte de los programas. Preocupa que algunos programas parecen incluidos para conseguir un voto, pero se quedaron sin metas. Hay entonces más retórica difusa y cuentas alegres que un verdadero plan de desarrollo.
Primero, pese a haber construido su campaña sobre estos temas, el Plan del alcalde Petro no tiene una política integral para luchar contra la corrupción y el clientelismo. Ya en el poder, no son claras las políticas de su gobierno para enfrentar estos males, que permearon todas las entidades del Distrito. Pese a algunos anuncios, el Plan de Desarrollo no presenta ni una sola estrategia innovadora para mejorar la transparencia en la contratación del Distrito.
Luego, en materia de seguridad, la administración no se compromete con una reducción significativa de los homicidios. En el indicador más importante en seguridad, fijó una meta poco ambiciosa: reducir los homicidios a 19 por cada 100.000 habitantes. Sin embargo, esa fue la meta alcanzada por el alcalde Garzón. ¿Vamos a crear una secretaría de seguridad, más burocracia, para obtener las metas que ya se lograron en el 2007? Peor aún, se abandonó por completo el enfoque de cultura ciudadana para mejorar la seguridad y la convivencia.
Preocupa que, bajo el alias de modernización tributaria, lo que viene es una cascada de impuestos que aumentará lo que pagamos por ICA y por predial e incluirá además peajes urbanos, cobro por estacionamiento en vía y derechos de edificabilidad. Como resultado el secretario de hacienda de Bogotá espera recaudar 2.9 billones de pesos. Sin haber mostrado ninguna capacidad gerencial, sin estudiar cuál es la capacidad de pago de los bogotanos, la administración Petro le meterá la mano al bolsillo de los ciudadanos.
Prometen comprar un banco y una entidad fiduciaria para Bogotá. No he entendido si es una locura o una extraña obsesión. No comprendo las motivaciones detrás de esta propuesta: no hay un análisis serio de cuánto podría costar este banco de primer piso. La administración no ha logrado responder a muchas de las necesidades básicas de los bogotanos, y aun así, pretende meternos en un negocio del que no tenemos ningún conocimiento y jamás hemos gestionado. Vale la pena recordar que nos demoramos más de tres años para reconstruir el camino a Monserrate y no quedó bien. Antes de meternos a grandes nuevos negocios, Bogotá debe reparar su capacidad gerencial, asegurar licitaciones sin amaños. No estamos preparados para improvisar comprando bancos y fiduciarias.
En educación, son más las dudas que las certezas. Insistí durante meses para que el alcalde Petro recuperará su propuesta de empezar a establecer la jornada única en Bogotá. El secretario de educación, torpemente, se opuso. Afortunadamente las voces críticas tuvimos eco y en la última versión del Plan, volvió a aparecer la jornada única. No es asunto de poca monta: el ascensor social en Colombia, particularmente en Bogotá, está dañado. Quienes nacen en la parte más alta de la escala social, suelen seguir ahí, y los que están más abajo, difícilmente, pueden subir. No es justo. Estoy seguro que buena parte de esta situación la explica la desigualdad en la calidad de la educación privada de los más privilegiados, usualmente de jornada única de 8 horas, y la educación pública de los más humildes, con doble jornada de 5 horas. La jornada única no es un capricho político, es una condición necesaria para reducir esta desigualdad.
Sin embargo, no sabemos si los colegios nuevos que se construirán son suficientes para lograr la implementación de esta jornada en 50 colegios. No hay claridad en el número de aulas nuevas y cupos reales que se generarán con el mejoramiento de los colegios existentes. Adicionalmente, la nueva versión del plan redujo 150.000 cupos para garantizar una jornada escolar de 40 horas semanales a niños/as y adolescentes, beneficiando solo a 250.000 estudiantes. La política educativa que propone el gobierno del alcalde Petro, en vez de aclarar y fijar una ruta posible, genera una cantidad de ideas confusas que desorientan a los ciudadanos.
El modelo de salud propuesto tiene, por lo menos, dos vacíos especialmente preocupantes. Para empezar, no hay claridad sobre las acciones concretas que se emprenderán en relación con el Hospital San Juan de Dios. Después de haber prometido varias veces en campaña que lo reabriría, el último anuncio del alcalde Petro es que pagará la deuda del hospital si se lo entregan al Distrito. Loable intención. Sin embargo, el pasivo global del San Juan es 2.9 billones de pesos, más del 30% del presupuesto asignado a salud para el periodo 2012-2016. Por otra parte propone, para sanear los hospitales públicos, que el Distrito pueda otorgar créditos condonables a las Empresas Sociales del Estado (ESE). Las cuentas actuales son dramáticas: el déficit hospitalario es de más de 600 mil millones de pesos y la secretaría de salud adeuda cerca de 400 mil millones de pesos. La salud en Colombia la robó un sistema privado que persiguió de manera cruel rentas en cada transacción. En donde debía primar la salud del paciente, estuvo siempre el bolsillo de algunos empresarios. En Bogotá hubo un ingrediente oscuro adicional: la mafia de la contratación en la salud se llevó cada peso que pudo. Esas mafias no se han desarticulado. El alcalde Petro no ha realizado hechos concretos que nos aseguren que la nueva plata que se les preste a los hospitales no terminará en manos de los corruptos. Podemos entonces entrar en un agujero negro que termine por llevar a una situación financiera de la salud más grave de la hoy en día.
Por último, en movilidad el Plan de Desarrollo es una colcha de retazos donde abunda la improvisación. El sistema integrado de transporte, que entrará supuestamente a funcionar en los próximos días, no tiene metas ni hechos concretos. Nadie sabe ni cómo va a funcionar ni cuánto vamos a pagar. En otro tema importante, los metrocables, no se menciona nada sobre su necesaria articulación con otras intervenciones urbanas en los sectores donde se construirán. Se corre el riesgo de desaprovechar la oportunidad de desarrollo integral de barrios.
El tranvía por la séptima, proyecto bandera de esta administración, es un mar de imprecisiones alimentado, en buena parte, por las declaraciones contradictorias del alcalde, su secretaria de movilidad y el gerente de Transmilenio. No sabemos aún, quién manda a quién. De otro lado, nos seguimos preguntando, ¿Cuánto vale el tranvía realmente? Mientras la administración dice que vale 650 millones de dólares, el representante del Banco de Desarrollo para América Latina (CAF), dice que la inversión será US$1.500 millones. Otra duda sobre este proyecto tiene que ver con el tiempo de construcción. Sin estudios técnicos el alcade Petro dice que construirá más de 25 kilómetros durante su gobierno, mientras que los 4.5 kilómetros del tranvía de Medellín estarán en funcionamiento en 2014, luego de 5 años estudios, compra de predios y construcción.
Durante los cinco meses que lleva en el gobierno, el alcalde Petro ha reforzado ante la ciudadanía la impresión de que es un gran retórico, que logra producir frases efectistas que se convierten en titulares en los noticieros de la noche y en la prensa y la radio del día siguiente. Al mismo tiempo, el alcalde ha creado en millones de bogotanos la convicción de que es bueno para comunicar, pero que no gestiona la realidad de la ciudad en el día a día. Mientras que Obama, presidente de la nación más rica del mundo, solo ha producido 4.131 trinos para más de 16 millones de seguidores, el alcalde Petro, ha producido 47.065 trinos para solo 253 mil seguidores. En la administración del alcalde Petro hay una peligrosa tendencia a confundir las palabras con los hechos y a pensar que los deseos son la realidad. Ojalá que, por el bien de los bogotanos, el alcalde corrija pronto el rumbo. De lo contrario, estaríamos condenados a repetir la historia de los últimos años, en los que los alcaldes terminaron incumpliendo sus promesas y los bogotanos, como resultado de tanto desacierto y pésima gestión, seguimos sin ver la luz al final del túnel.
/ Por Juan Carlos Flórez.
La aprobación del Plan de Desarrollo en el Concejo Distrital
El proyecto de Plan de desarrollo Distrital presentado a consideración del Concejo de Bogotá el 30 de abril venía ya enriquecido por el aporte de su discusión en encuentros ciudadanos, cabildos populares y en el Consejo Territorial de Planeación. Sin embargo, su trámite estaba amenazado por una correlación de fuerzas ostensiblemente desfavorable al alcalde Gustavo Petro en el cabildo capitalino. Dos factores fueron determinantes para que un mes después, sorpresivamente para varios sectores de opinión y la mayoría de los medios de comunicación, fuera aprobado por amplia mayoría (36 votos a favor y ocho en contra) el Plan de Desarrollo más ambicioso y de mayores alcances de la historia de Bogotá.
El primero de esos factores fue el proceso de construcción colectiva de una versión más elaborada y completa, que mantiene los ejes fundamentales del proyecto inicial, fruto del aporte de cerca de 600 modificaciones, unas de mayor y otras de menor impacto, propuestas por las diversas bancadas con asiento en el Concejo Distrital y que fueron acogidas e incorporadas, en una actitud incluyente y democrática por el alcalde Petro. Este hecho terminó comprometiendo a la mayoría de los concejales que vieron que sus énfasis y propuestas hacían parte integral del Plan de desarrollo.
El segundo factor es el evidente ambiente de compromisos que caracteriza el momento político actual en la Capital. El respaldo del Gobierno Nacional al plan de movilidad de Bogotá humana: Metro pesado, Metro ligero, dos troncales nuevas de TransMilenio, dos cables aéreos, las conexiones para lograr el funcionamiento de un sistema multimodal de transporte y la implementación del SITP; el acuerdo para construir con recursos del presupuesto nacional 12.000 viviendas de interés prioritario en el centro ampliado de Bogotá dentro del programa bandera del Ministerio de Vivienda; y la disposición de respaldar económicamente la reparación de víctimas en el Distrito, enviaron a las bancadas oficialistas un claro mensaje de apoyo a las líneas gruesas del Plan.
El proyecto aprobado formula objetivos, estrategias, planes, programas y metas concretas en todas las áreas clave del desarrollo social de la población bogotana. Su valor total es de 61,1 billones de pesos y las inversiones mayores están en movilidad, educación, salud, integración social y hábitat. Incluye las propuestas centrales del programa con el cual Gustavo Petro ganó las elecciones del 30 de octubre del año anterior: atención integral a la primera infancia, construcción de la red de metros, construcción de 70.000 vivienda de interés prioritario, densificación del centro ampliado sin desalojo de los antiguos propietarios, implantación gradual de la jornada única escolar, tres grados de preescolar, trabajo decente como política pública y compromiso del Distrito con los trabajadores, preservación da las fuentes hídricas, los humedales y los páramos, garantía de los derechos de las minorías ciudadanas y participación ciudadana, fortalecimiento de los programas de salud preventiva y la red pública hospitalaria, lucha frontal contra la corrupción y el despilfarro de los recursos públicos, fortalecimiento del programa Ciudad-Región, entre otros.
Ha sido aprobada, en síntesis, la carta de navegación de la administración de Bogotá para los cuatro años próximos. La Alcaldía progresista de Gustavo Petro asume el enorme reto de consolidar, con la realización exitosa de sus programas, un proyecto político de aspiraciones nacionales que levanta las banderas de profundas transformaciones sociales, lucha contra la segregación y la desigualdad, defiende lo público y su objetivo central es el desarrollo de los seres humanos en un entorno amigable, respetuoso de la naturaleza y preparado para mitigar los efectos nefastos del calentamiento global.
/ Por Yezid García Abello, concejal Progresista de Bogotá.
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