Publicación: 25 Noviembre de 2013
Fuente: kienyke.com
Autor: Antonio Sanguino
Merodean aves de rapiña sobre el proceso de paz. O de “mal agüero”. Salen a dispararle a cualquier avance o acuerdo en la mesa de La Habana. Repiten sin cesar que no puede haber paz con impunidad. Y haciendo gala de un primitivismo fundamentalista pretenden movilizar una parte de la sociedad colombiana contra la terminación de la guerra. Dicen oponerse a La Paz a cualquier precio, aunque el precio de la guerra para las finanzas públicas ascienda a 220 billones de pesos en los últimos diez años, según un estudio reciente.
Hay que aplaudirle al Presidente Santos su decisión de avanzar en las negociaciones con las FARC. Y su compromiso con que lleguen a buen puerto. Los acuerdos logrados en dos de los seis puntos de la agenda dan razones para el optimismo. Porque atacan la génesis del conflicto con estas guerrillas nacidas en la fracasada “Operación Marquetalia”. Nuestra sociedad agraria ha sido permanentemente fuente de conflictos, que al no ser tratados adecuadamente, se convierten en combustible para la guerra. Y la exclusión política o la atávica costumbre de nuestras elites de eliminar o perseguir al opositor político, cuyo doloroso paradigma ha sido la Unión Patriótica, es usado aún como argumento para el uso de la violencia con fines políticos por parte de las actuales guerrillas. El punto que sigue, el narcotráfico, constituye la principal variable que explica la degradación de la confrontación. Si se concreta un pacto en esta materia estaríamos en una situación irreversible del proceso de paz con los farianos.
Pero La Paz sería incompleta si no ocurre lo mismo con el ELN. Este grupo guerrillero nació también como una voz de insubordinación armada de sectores políticos y sociales excluidos del pacto frentenacionalista. En su estrategia revolucionaria incorporó demandas urbanas de sectores populares y se abanderó de los conflictos derivados de la exploración de los recursos naturales, en especial de los hidrocarburos. Ha sido notable su intervención en las zonas de explotación minera legal e ilegal. Un proceso de paz con esta organización podría ser una oportunidad para desactivar fenómenos de violencia asociados a conflictos que pueden encontrar un cauce civilizado para su trámite. También permitiría traer a la lucha política legal a la segunda guerrilla del país, incorporando regiones históricamente abandonadas por el Estado central.
Todos supimos que gobierno y ELN avanzaban en una etapa exploratoria. Se rumoró que estaba preacordado una agenda y que Uruguay en cabeza del Presidente Pepe Mujica sería el país facilitador. Pero todo parece congelado en este proceso. A no ser que se haya pactado una confidencialidad total para evitar saboteos y provocaciones. En cualquier caso, el gobierno debe saber que no es suficiente con un pacto de paz con las FARC para sumar al ELN. Que se requiere un trato específico y simultáneo que atienda una agenda derivada de su propia historia y de los conflictos y sectores de la sociedad que pretenden interpretar. Por su parte, los elenos deben saber que no pueden aspirar a una negociación de alcances mayores que la de La Habana. Que deben disponerse a participar de la finalización de una guerra larga, inútil y costosa. Y que el postconflicto es el escenario más adecuado para empujar transformaciones democráticas en la sociedad colombiana.
Gobierno y ELN deben asumir que formalizar prontamente una negociación de paz puede ser útil para espantar los Halcones criollos que atacan los procesos de paz porque convirtieron la guerra en su hábitat natural.