Me encontré con un amigo de juventud a quien no veía hace mucho tiempo. Muy pronto la conversación derivó hacia el remolino electoral. “ ¿Por quien votarás el 15? “Por Santos respondí, secamente” “Ah! Tú, tú… votas por Santos! ¿pero… por qué?” “Por responsabilidad”. Los demócratas de izquierda tenemos un cúmulo de razones para esa decisión emanadas de las graves injurias que ha recibido la vida, el humanismo y la racionalidad democrática de parte de la constelación política, fundamentalista y parapolítica que hoy cabalmente representan el senador Uribe Vélez y su vicario para asuntos electorales: Dr. Óscar Iván Zuluaga.
Sin embargo quise hacer referencia sólo a una justificación de mi voto. Oímos y repetimos que Colombia ha sufrido una guerra sui géneris durante al menos cincuenta años. Pero se pone menos atención al hecho de que las búsquedas de la paz se han ensayado a lo largo de 32 años durante los cuales se han realizado unos doce procesos de paz. Con resultados positivos irreversibles algunos de ellos, con fracasos regresivos los otros.
La Mesa de la Habana ha avanzado muchísimo lo cual se hace evidente si se hace conciencia del peso muerto que para la paz significó la tragedia histórica del Caguán(15 de junio de 1998 – 20 de febrero de 2002). El actual proceso de paz ha trazado su propia trayectoria: exploraciones reservadas a partir de agosto de 2010 hasta comienzos de 2012, negociación de plenipotenciarios en La Habana entre febrero de 2012 y agosto de 2012, firma enel mismo mes del Acuerdo Generalpara la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duraderaque estableció las bases políticas y procedimentalespara las conversaciones de Paz,inauguración internacional del Proceso en Oslo el 18 de octubre de 2012, iniciación en La Habana de las conversaciones el 19 de noviembre de 2012.
Sí, se conversa, se conversa….. Pero se acuerda! Y sobre temas fundamentales para el futuro del país. 25 de mayo de 2013 el primer acuerdo: Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural integral, 6 de noviembre de 2013 se firmó el acuerdo sobre participación política, 16 de mayo de 2014 se protocolizó el acuerdo sobre las drogas de uso ilícito. Las dos partes han cumplido sus propios tortuosos recorridos a lo largo de 4 años. En medio de ambigüedades el presidente Juan Manuel Santos ha ido tomando una posición más consecuente frente al proceso lo cual se hizo más evidente a partir de noviembre de 2013. Ese afinamiento oficial tiene su mérito de cara a la acción artera y vociferante contra la paz de parte del Centro Democrático y sus aliados del arco autoritario y fundamentalista. El presidente ha tenido que avanzar bordeando abismos.
Las FARC han mostrado su voluntad de paz de manera clara para quien quiera ver y tenga oídos para oir. Las pruebas: tres treguas unilaterales que han sumado unos setenta y cinco días de cese al fuego en los cuales descendió significativamente el número de victimas del conflicto interno de acuerdo a mediciones de centros de investigación. Ya en septiembre de 2012 en víspera de la instalación de las conversaciones de paz las FARC declararon su renuncia al secuestro. El 20 de agosto de 2013 Pablo Catatumbo leyó un manifiesto que en uno de sus apartes señalaba: “debemos reconocer la necesidad de aproximar el tema de las víctimas, su identificación y su reparación con total lealtad a la causa de la paz y la reconciliación” Ciertamente tal declaración sustituyó la anterior inaceptable posición: “Nosotros también somos víctimas”
Estos avances se han dado en medio de la guerra, como fue lo acordado. En el proceso las Fuerzas Armadas han tenido numerosas bajas entre muertos y herido. A su turno las Farc han registrado las propias y han sufrido golpes impactantes: la muerte de Jorge Briceño el 22 de septiembre de 2010, la muerte del comandante Alfonso Cano el 4 de noviembre de 2011. Esta última en circunstancias que en pocas palabras dibujó el arzobispode Cali Darío de Jesús Monsalve: “¿ Por qué no lotrajeron vivo, a Alfonso Cano, cuando se dieron todas las condiciones de un hombre de más de 60 años, herido, ciego, y solo?” En otras circunstancias la guerrilla hubiera cortado la secuencia de aproximaciones con el gobierno.
Al tiempo sectores grandes de la opinión nacional han venido emergiendo de la zona de sombras del fenómeno que he denominado como el síndrome del Caguán. A esa reanimación han contribuido la serie de encuentros regionales por la paz, las mesas regionales convocadas por las comisiones de paz del Congreso de la República, Los Foros temáticos organizados en colaboración entre entidades de la ONU y la Universidad Nacional, los numerosos eventos realizados por la Red de Universidades por la Paz hasta la procesión nacional organizada a lo largo del Magdalena por el obispo Leonardo Gómez Serna, la formidable jornada Nacional escenificada en las plazas y calles colombianas el 9 de abril de 2013.
Todo lo anterior ha sido acompañado eficazmente por la comunidad internacional con diverso nivel de compromiso desde los países que han actuado como garantes, Cuba y Noruega, aquellos que han fungido como facilitadores: Chile y Venezuela hasta las organizaciones internacionales que han acompañado el proceso de La Habana, como la ONU, UNASUR, la OEA y CELAC. Por la Paz en Colombia en su momento han estimulado a las guerrillas personalidades como Hugo Chávez, Fidel Castro, Pepe Mújica. Las formaciones políticas del campo demócrata y socialdemócrata se han manifestado sin ambages por la salida política al conflicto interno colombiano.
Frente a esas realidades que ya son históricas el colocarle cargas de dinamita al proceso de paz como es el designio de la franja de extrema derecha que pretende reasumir el poder, es una irresponsabilidad colosal. Un país serio no puede desentenderse del esfuerzo, de la energía intelectual y humana invertidos, de las expectativas creadas tanto nacional como internacionalmente para de un momento a otro apoyar a quienes dicen Aquí no ha pasado nada, que viva la guerra sin término. Es cierto que la guerra se alimenta de intereses económicos y políticos de círculos poderosos, pero tales intereses están lejos de ser los de la mayoría de los Colombianos.
Conviene hoy recordar aquellos rasgos que Max Weber asociaba al político: “Puede decirse que son tres las cualidades decisivamente importantes para el político: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura”. Los políticos uribistas tienen pasión en abundancia, pero carecen por completo de mesura y de sentido de la responsabilidad. Un país serio no puede darle la alternativa de gobierno a gente trastornada por el rencor y ávida por desatar olas de revancha y castigo.
Por Medófilo Medina
Bogotá, 5 de junio de 2014